Alguna vez le escuché a un santero que si tomaba una ducha con la intención de hacer una limpieza espiritual, el agua y el jabón serían suficientes para lograrlo. Así entré a ducharme esta mañana. Mientras me iba despojando de las malas energías me atacó esa idea recurrente de lo anecdótico que resulta el Génesis a la luz de lo que la ciencia descubre cada día sobre los seres humanos y el universo. Recordé a Clyde, un amigo gato, y lo poco que le importa la existencia de dios. Darme cuenta de que él, como toda la naturaleza, podría vivir sin ningún problema sin nosotros los humanos.
Somos prescindibles en el universo. Somos uno de tantos milagros en el universo. Todas esas vidas dedicadas al cultivo de mitos, a pasarlos de una generación a otra, como si sin ellos no pudiéramos sobrevivir. Quiero reivindicar el sexo esta mañana: nacemos de la cópula, no de las costillas ni de la mano de nadie. No se deje distraer por vanas utopías, querido lector utópico. Tire, así no se reproduzca.
Salgo de la ducha sintiéndome prescindible. Es decir, vital y liviano, consciente de que mi tiempo en este universo maravilloso es limitado. Vuelvo a pensar en Clyde, a quien no le desvela el cuento de la vida más allá de la muerte, solo qué va a comer esta tarde. Alguien dirá que esa es la diferencia entre los animales y nosotros, la capacidad de trascendencia, pero tampoco se deje engañar, apreciado lector utópico: podemos vivir momentos místicos, son parte de la vida, pero esto es lo que hay, el aquí y el ahora. No invierta su vida en acciones del paraíso. Está aquí, ya, a la vuelta de la esquina.
Con ese espíritu salgo a caminar esta tarde, un poco como Clyde, preguntándome de qué me voy a alimentar hoy. En cartelera la nueva película de Isabelle Huppert, «EVA», me parece un buen comienzo. Lástima que no puedas acompañarme hoy, Clyde, mi amigo y hermano, en este laberinto que es la vida.