Un rostro (o las fronteras de la belleza)

1.

En la octava entrega de la serie The Man ya mencionaba la anécdota del rompimiento de Giacometti con André Breton y el surrealismo. Esta anécdota dio origen al documental What is a Head, donde se cuenta con lujo de detalles las horas que Giacometti pasaba estudiando el rostro de su modelo y esposa, Annette. Ella a veces se preguntaba si el pintor se había perdido en su mundo interior o si realmente la estaba contemplando.

2.

Es curioso notar las exclamaciones que los momentos de éxtasis tienen en cada deporte. Por ejemplo, ante una clavada espectacular en el baloncesto es inevitable decir “¡Ooohhhh!”, el “ouch” que se escapa ante un knock-out de Mike Tyson, el “¡ahhhh!” de placer por un passing shot cruzado, el “gol” de vocal infinita que algunos rematan con un madrazo en Colombia, etc. Tuve una mezcla de “ooohhh”, “ahhh” y, sobre todo, “ouch” en una clavada en la cancha del barrio. Me excedí en potencia, clavé el balón muy duro y mi dedo pulgar se dislocó con el aro. Fue horrible verlo así, superdoloroso también, por un acto reflejo lo puse en posición con la otra mano y salí corriendo al hospital. Nunca se recuperó del todo. Si juego muy fuerte basket corre el riesgo de dislocarse de nuevo. Debo apretar las vendas muy fuerte cuando voy a boxear: un jab mal dado podría hasta romperlo.

3.

Estábamos sentados con W. en Crepes & Waffles. Ya habíamos almorzado, solo esperábamos los helados de postre. W. es pintor, algo que siempre me ha sorprendido debido a su miopía, aunque viendo sus cuadros con cierto aire impresionista tuve la sensación de que era gracias a esta enfermedad de sus ojos que había desarrollado su estilo personal. Años después un oftalmólogo australiano confirmaría esta hipótesis refiriéndose a otros maestros. Pero lo que más me impresionó de Walter es que, sentados frente a frente, esperando un helado, yo con mi cabeza apoyada en la mano, se perdió en mi rostro para concluir, diez minutos después, que tenía un problema en el pulgar. Le conté, bajo mi mirada de asombro, la historia de cómo se me había torcido. Desde entonces llevo pirograbado el respeto por el ojo del pintor. Hoy pienso que W. disfrutaría mucho con el documental de Giacometti, el compartir esa pregunta sobre qué es un rostro y reconocer ese proceso exploratorio con el ser y la mirada. Aunque, pensándolo un poco más, no sería ninguna novedad para él.

4.

La observación de Walter me llevó de nuevo a los límites de los estetas diletantes como yo. A pesar de ser un melómano consumado, por mi falta de conocimiento musical no puedo ver los colores de las voces, por ejemplo. Tampoco diferenciar si una pianista que me ha fascinado está lista para tocar en el Concertgebouw o no. CB, saxofonista, me decía que ella podía distinguir a los músicos en la sala por la forma en que escuchaban la música. O L, cuando me decía que Nueva York estaba plagada de bailarines, que ella podía distinguirlos cuando los veía caminar por la calle. O B., fotógrafo, cuando me contaba que llegó a Arizona por ganar un concurso de fotografía y que cuando le mostró sus fotos al profesor este le dijo que eran una mierda. B. quedó en shock y, después de terminar el curso con este profesor, las volvió a ver y le dio toda la razón. Disfruto también del Tech Porn, si bien sé que a C. y M. les produce mucho más placer porque conocen muy bien los circuitos, similar al de un framework bien diseñado. O el placer de ir a mirar libros, revistas y portadas con P. para disfrutar las soluciones tipográficas del diseñador. Quizás ese sea el mayor regalo de la especialización, del conocimiento profundo de las cosas: alcanzar nuevas fronteras de la belleza.