Una postal de viaje

Anoche soñé que visitaba a Borges por casualidad. Me encontraba en Buenos Aires con mi amigo Yasushi Yoshida: «Acompáñame a entregar este trabajo, no tomará más de media hora y después podemos ir a la exhibición de Tadao Ando en la Galería de Torres». Yasushi llevaba varios meses ilustrando un libro de viajes por el mundo. Con su portafolio negro gigante en la mano pensé que iba a presentar la entrega final. «La clienta es María Kodama, muy amable pero un pelín desconfiada», dijo mientras timbraba. Me dejó con los ojos abiertos, pues esto significaba que con suerte me encontraría con Borges. «Sí, casi siempre está él, aunque ahora viajan tanto que el milagro es encontrarlos en la ciudad —dijo Yasushi como leyéndome el pensamiento—. Pero no te quedes ahí paralizado, sube y me acompañas o no podrás saludarlo».

Kodama nos estaba esperando en la puerta. Yasushi nos presentó y luego siguieron al estudio. Me dijo: «Pasá a saludar a Borges que está solo en la sala». Me sorprendió su acento argentino, incluso me pareció que el japonés que hablaba con Yasushi tenía cierto dejo porteño. Fui a la sala. Ahí estaba él.

—Maestro —lo saludé.

—¿Cuál maestro está en la sala? —preguntó como respuesta. Me hizo sonreír.

—En esta sala sólo hay un maestro y es usted, Borges.

—Ese acento… ¿es usted colombiano?

—Como Javier Otálora, solo que de Bogotá—. A pesar del guiño sabía que no caería en la vanidad de preguntarme si había leído sus libros—. Sabe, como usted dijo alguna vez, esta es una feliz coincidencia. Esta mañana tuve un recuerdo de infancia y justo pensé que a Borges le gustaría escucharlo.

—Bueno, parece entonces usted un mensajero. Cuénteme.

—Tenía yo unos 8 o 9 años. Todas las noches veíamos el noticiero de las 7 en familia. Cuando entrevistaban a la gente en directo en la calle me emocionaba mucho porque pensaba que quizás nos podrían entrevistar a nosotros también. Alguna noche pregunté a mi padre ¿crees que nos entrevistarán esta noche? y él muy pragmático respondió: «Es imposible porque estamos aquí en casa; salvo que llegue una cámara a nuestra sala no veo cómo podrían entrevistarnos desde donde están transmitiendo ahora». Su lógica me dejó perplejo. A esa edad yo pensaba que con la televisión todo era posible, que era una ventana mágica sin límites; por supuesto, desconocía por completo cómo funcionaba.

Una tarde fuimos con mi madre a visitar a mi abuela al Hospital San Ignacio, estaba recuperándose de una operación. Después de un tiempo le pregunté si podía ir a comprar una Bom Bom Bum, creo que ustedes aquí en Argentina la llaman chupetín, a la cafetería de la Universidad. Salí del Hospital y cuando bajaba por un túnel se me acercaron tres jóvenes estudiantes de comunicación social, uno con un bloc de notas, otro con un micrófono y el último con una cámara. Estaban investigando el concepto de altruismo que tenían los niños. Me preguntaron si podrían entrevistarme. Les dije que sí y di una respuesta enredadísima que ni yo mismo entendí. Les pregunté que si podría ver la filmación y me dijeron que la iban a transmitir mañana por el canal 11 a las 6:50 pm, diez minutos antes del noticiero de las 7. Me emocioné mucho y no se lo conté a nadie.

A la noche siguiente, cuando ya estábamos en posición en casa para ver el noticiero, cambié casualmente del canal 7 al 11. Justo empezaba el programa con entrevistas a los niños sobre su concepto de altruismo. Dije entonces: «De pronto esta vez sí salgo en televisión, están entrevistando a niños de mi edad». Mi padre me vio con cara de ¿otra vez…? y justo en ese momento empezó la entrevista conmigo. «¡Mira, me están entrevistando!», grité agitado. «Pero ¿cuándo te entre­vistaron?», preguntó mi padre sorprendido. «No sé, está sucediendo ahora mismo, déjame por favor escuchar mi respuesta». Cuando terminó el programa cambiamos de nuevo al canal 7. Yo con cara de seguir sin entender mi respuesta, mi padre, de incrédulo. Le dije: «Pero sonríe un poquito, si te llegan a entrevistar en el noticiero esta noche saldrás muy serio».

—¿Y lo entrevistaron también?

—No esa vez, pero me encanta su pregunta. Disculpe la obviedad: es emocionante estar con Borges.

—Permítame corresponderle con otra historia que en principio parecerá que solo guarda una remota conexión con la suya. Antes de que llegara nuestro gato Beppo a casa heredamos uno de mi abuela cuando falleció, Robin. Este gato caminaba infatigable por todas las habitaciones, parecía que buscaba la puerta que lo llevaría de regreso a su antiguo hogar. Cuando lo guardábamos en el transportín para ir al veterinario tenía la impresión de que Robin creía que iba a ser un viaje espaciotemporal de regreso a su antigua casa: la puerta del transportín se abriría y ahí estaría él de vuelta a su vida anterior. Vi cómo nuestro apartamento se transformó en el Mediterráneo para Robin, lo navegaba sin pausa apenas despertaba o después de sus siestas.

¿Qué extrañaba de su antigua vida? No lo sé, quizás a la señora, mi abuela, que lo cepillaba mientras escuchaban la radionovela. Me queda el recuerdo de ese gato argonauta que me enseñó que la Odisea no es más que el relato de un grupo de hombres perdidos en altamar tratando de regresar a su hogar —o de todos nosotros buscando nuestro camino por el laberinto de la vida sin saber el destino final. Imaginemos que una noche, en una de sus travesías, Robin observa que en la televisión están presentando una pequeña filmación sobre mi abuela con él sentado en sus piernas: ¿Qué haría él? ¿Trataría de saltar a la pantalla para volver a ocupar su lugar? ¿Abandonaría su búsqueda al ver que ha sido remplazado por un clon suyo? La televisión es el espejo más abominable de todos porque, como en su recuerdo de infancia, nos puede dar una ventana en tiempo real a nuestras vidas paralelas. Al final, sobra decirlo, en esta vida paralela que le tocó vivir a Robin con nosotros jamás regresó a su Ítaca…

Guardamos un instante de silencio por Robin, compañero navegante.

 

Recordé que alguien me había dicho que cualquier persona que visitaba a Borges podría terminar leyéndole un libro o sirviendo como asistente para escribir un poema o cuento que él estaba elaborando.

—¿Puedo leerle algo?

—¿Lee usted en inglés?

—Me defiendo.

—Pues entonces visitemos a Coleridge, justo pensaba en él cuando usted llegó.

Cuando me imaginaba la biblioteca personal de Borges veía un apartamento lleno de libros. Me sorprendió que era pequeña y casi que servía como decoración de la sala. Reconocí la biblioteca Espasa que recibió de regalo de la editorial cuando ganó el Cervantes y justo encima estaban los veinte volúmenes de las obras completas de Coleridge, quizás más sorprendente aún porque él había dicho que de toda su obra sobresalían tres poemas esenciales, quizás cuatro, que lo hacían para muchos uno de los poetas más altos de la literatura inglesa.

—¿Algún texto en especial?

—Leamos The Rime of the Ancient Mariner. Volumen 14, tomo primero. Esa colección es lo más ostentoso que encontrará usted en mi casa: tantas páginas para guardar tres poemas, quizá cuatro.

—No deja de ser otra metáfora de la vida, tantos años para quedarnos al final con unos cuantos días memorables—. Me sentí un pésimo falsificador de Borges, un borgesito pensé, y me alcancé a sonrojar un poco.

—Bueno, también de sus Table Talks, volumen 8 si no me falla la memoria, cité alguna vez que las personas nacen platónicas o aristotélicas, y muchos me lo atribuyen ahora a mí.

—Creo que fue en Deutsches Requiem. Yo también pensaba que la idea era suya…

—Un descuido de mi parte no haber nombrado a Coleridge entonces. Sí lo hice en los ensayos El ruiseñor de Keats y De las alegorías a las novelas en los que exploré con más detalle esa idea.

—Perdón, maestro, pero es irresistible hacerle la pregunta.

—¿Cuál? ¿Si soy platónico o aristotélico? Creo que soy más aristotélico, aunque me gustaría ser lo contrario. Puede ser la influencia inglesa que me hace pensar que la realidad son las personas y los objetos en concreto y no las ideas abstractas en general. Pero quizás alejarse de Platón sea peligroso. Y de Aristóteles también, ¿no? ¿por qué no aceptar a los dos? Son dos bienhechores.

—De entre todos esos volúmenes también regresó con La flor de Coleridge

—¿Y cómo olvidarla? Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano… ¿entonces, qué? Un anciano marinero nos espera.

Empecé a leer el poema con todas las trabas propias de alguien que no lee inglés antiguo con asiduidad. Cuando cometía errores y buscaba con temor una expresión de desaprobación de Borges veía cómo movía los labios recitándolo de memoria. En el poema sobresale un albatros que se hace amigo de la tripulación del barco que está rodeado por témpanos de hielo. Los marineros lo alimentan y justo en ese momento empieza a soplar un viento del norte y el barco puede volver a navegar. Así hasta que la situación parece normalizarse. En un giro dramático el anciano marinero le dice al albatros Que Dios te salve de los demonios que te atormentan y lo mata con un disparo de su ballesta. A partir de ese momento todo vuelve a empeorar y mueren uno a uno los miembros de la tripulación, no sin antes haber obligado al marinero a remplazar la cruz que llevaba colgada en el pecho por el albatros.

—Sin duda Coleridge tenía una noción vaga del albatros, lo imaginaba más pequeño de lo que realmente es; nunca conoció el mar.

—Maestro, se imagina usted que en su viaje en globo por el Valle de Napa deja de soplar el viento y se quedan estancados un tiempo. Después de varias horas se acerca un albatros que trae el viento del norte. El capitán del globo teme que vaya a picarlo y le dispara. ¿Se quedarían entonces ustedes suspendidos en el aire por siempre?

—¿De qué viaje en globo me habla? Tampoco conozco el Valle de Napa.

—Disculpe, no sé por qué creí recordar un texto suyo sobre ese viaje.

—Nunca lo he hecho, pero un viaje en globo… me gustaría.

En ese momento Yasushi y Kodama entraron en la sala. «Hora de irnos», dijo Yasushi. «María, el amigo colombiano me ha dado una gran idea. ¿Podríamos ir de viaje en globo por el Valle de Napa?». Kodama revisó mentalmente la agenda y dijo: «Podríamos arreglarlo, Borges. El próximo mes tiene usted una conferencia en la Universidad de California y luego tendremos unos días libres antes de viajar a Boston. Será cuestión de hacer un par de llamadas y conseguir el champaña». «¿Hay que llevar champaña?», preguntó Borges. «Sí, es una tradición. Una caja para los dueños de la tierra donde se aterriza y una botella suelta para celebrar el viaje», respondió Kodama.

Nos despedimos deseándoles feliz viaje y a la salida Yasushi me preguntó que cuál era la historia del viaje en globo, que le gustaría incluirlo en su libro.

—Creí que el libro en el que estabas trabajando era el de viajes de Borges con Kodama, Atlas.

—No sé de qué libro me hablas, con ella estamos preparando una exposición fotográfica de sus últimos viajes por el mundo. Ahora que lo mencionas, bien podría hacerse ese libro y dime tú si hay mejor autor que Borges para escribirlo.

—De acuerdo contigo, creo que sería genial, como también creo que nos fuimos a tiempo… Discúlpame la pregunta absurda Yasushi, pero ¿qué fecha es hoy?

Me respondió con una carcajada: —No eres el primero al que Borges le hace perder el sentido del tiempo: 14 de abril de 1983.

—¿14 de abril de 1983? En esta fecha yo no había leído a Borges ni ellos habían viajado en globo todavía.

Ahí me desperté. Encontré entre mis manos la fotografía de Borges y Kodama justo antes de empezar su viaje en globo. Era una postal de viaje, sonreían como los acababa de ver hacía un instante. Venía además firmada por ellos: Valle de Napa, California, 1983. Revisé la fecha en mi teléfono: 24 de agosto de 2023.

No logré dormir después.