Tres veces intentaron reclutarme las fuerzas del orden. La primera fue antes de graduarme como bachiller, cuando me salvé del servicio militar obligatorio gracias a que de los 11 que presentamos excusa médica, 10 habían pagado por la libreta militar; yo fui la ñapa.
La segunda vez fue cuando fui a una entrevista de trabajo en el extinto DAS.
La tercera fue en Holanda. La empresa para la que trabajaba entonces organizó una salida con los empleados a uno de los centros de instrucción de la policía neerlandesa. Todo muy sofisticado, como era de esperarse. La primera demostración fue en el simulador de casos delictivos. Una sala con un proyector enorme y dos grupos de sillas con capacidad para 50 personas. El instructor que nos asignaron nos explicó la dinámica del ejercicio: en la pantalla se proyectarían situaciones delictivas (hurtos, asaltos a mano armada, etc.); los participantes seleccionados tendrían un arma que dispara un rayo láser para interactuar con la escena.
El caso que me tocó fue el de un ladrón que asaltaba una joyería y salía corriendo para huir en la moto de su compinche. Por la orientación de la escena me desplacé hacia el muro derecho de la sala. Al ladrón se le cayó la pistola al piso. Mi reacción fue dispararle a la mano para que no la cogiera; luego se reincorporó y emprendío la huída. Ahí le disparé a la llanta de la moto. La escena continuaba: el programa del simulador registraba los disparos que uno hacía para después verlos con el instructor. Finalmente, cuando ya los ladrones huían, le disparé en la parte baja de la espalda.
El instructor se mostró muy entusiasmado con mi desplazamiento y la secuencia en que hice los disparos: “Tiene instinto e intuición para este trabajo, ¿no le interesaría?”. Uno de mis colegas comentó: “Claro, es colombiano, aprenden defensa personal desde niños”. Seguido por una sonora carcajada del resto de colegas. El instructor entendió que era extranjero y no había caso de reclutarme.
Luego pasamos al polígono. Allí nos esperaba el M16. Me sorprendió mucho su peso, apenas 3,5kg. Nos explicaron cómo hacer un disparo y pusieron los objetivos a 150 metros. Es un arma tan precisa que acerté mis cinco disparos. El instructor del polígono me dijo con una sonrisa: “Obviamente ya había disparado antes”. Le aseguré que era mi primera vez. De nuevo, el colega chistoso dijo: “Es que viene de Colombia”. El instructor se dio por satisfecho y nueva ronda de carcajadas. Sus dudas quedaron completamente disipadas con la Sig Sauer: mi mano se descontroló con el primer disparo.
La verdad es que me gustó disparar con el M16. Pude asistir después un par más de veces al polígono. Lo dejé cuando me sorprendí sentado en el parque calculando la distancia con un hombre que vi sentado en el lago y pensé que sería un blanco fácil para el M16. Lo más peligroso de estos ejercicios es deshumanizar al blanco. Reincidí hace poco con el juego Sniper 3D Assassin, muy entretenido y bien hecho, con la salvajada de dar bonificaciones si el disparo acierta en la cabeza del blanco. Lo desinstalé cuando empecé a imaginar a determinadas personas como figuras en 3D del juego y disfruté como un niño viendo el recorrido de la bala hacia su objetivo.
En una entrevista de radio con Chris Kyle, el francotirador que escribió American Sniper, decía que probablemente había matado a 255 personas:
Creo que cada persona que maté era mala. Cuando esté frente a Dios y deba rendir cuentas, ninguno de estos asesinatos estará entre ellas.
La paz espiritual la logra pensando que cada persona dada de baja equivale al menos a un colega vivo. En la película, Kyle también dice que su récord no es nada que alguien más querría tener. Kyle llama salvajes a los iraquíes pero nunca se pregunta o se sorprende por el hecho de andar de safari matando salvajes en Iraq. A pesar de que la película apela al patriotismo varias veces, sigue latente la pregunta de qué carajos hizo EUA invadiendo a Iraq.
La actuación de Bradley Cooper es excelente, aún así, la de Eric Bana en Munich de Spielberg refleja con más contundencia el desorden de estrés postraumático que sufren quienes han participado en estas acciones militares.
Salí del polígono y dije mi personal adiós a las armas.