Ha habido tantos problemas de timing en la firma del Acuerdo que no queda más que preguntarse cuál es el método detrás de la locura, como sugirió un príncipe danés. No se entiende que se firme un Acuerdo con semejante despliegue de invitados en Cartagena antes de ser aprobado o no por el plebiscito. Tampoco que se firme de nuevo cuando las voces más reconocidas del No apenas tuvieron tiempo de plantear sus objeciones: se incorporaron varias, con lo cual quedó un mejor acuerdo, pero no se logró consolidar el espíritu que el Acuerdo necesita: reconciliación nacional y aceptación de las Farc como actor político legítimo.
La aprobación por el Congreso, de mayoría santista (y que muy probablemente recibirá además una nueva ronda de mermelada), por la vía del fast-track le resta legitimidad al Acuerdo. ¿Cuál es el afán de Santos? La primera hipótesis es la que se ha plantado varias veces en esta bitácora utópica: lo importante es desarmar a las Farc, todo lo que vendrá después se resolverá por la vía política o jurídica. La segunda, que el estado de salud de Santos es más delicado de lo que ha hecho público y quiere dar inicio al Día-D a la mayor brevedad posible. La tercera es el otro Día-D, el día de Donald Trump.
En efecto, luego de leer la entrevista del excongresista Lincoln Díaz-Balart y los pronunciamientos de Trump y Pence a raíz del fallecimiento de Fidel Castro, el afán de Santos tiene mucho sentido: ninguno de los tres vacila en calificar a las Farc como organización terrorista y el cartel de la droga más grande del mundo. Díaz-Balart plantea la tercera hipótesis sobre el afán santista con contundencia: «¿será que la prisa del presidente Santos es por concluir esto en la era de Obama?». (Sigue leyendo »»)