Aireada feliz

Máquina de escribir

Desde que perdí el contacto con A. había dejado de tener instantes filosóficos, hasta la tarde del 25 de septiembre pasada, cuando después de una intensa semana de trabajo me senté a descansar bajo un árbol en el Beatrixpark. Ahí me atacó de nuevo un instante filosófico: “Este árbol no solo existe solamente aquí, sino en todo el universo”, pensé. Entre todos los planetas que hemos descubierto e ido conociendo, ninguno ha dado origen a algo parecido a un árbol, sí a otras creaciones maravillosas, pero no a un árbol. Volvieron a caerme mal las religiones: creer que ha sido un ser superior el creador de todo lo que conocemos es una forma burda de ocultar nuestra ignorancia y desconocimiento del origen de la vida y del universo. S. me decía que había una vertiente del judaísmo que era consciente de esta realidad y por eso no se atrevían a nombrar al creador, no sabían nada de él.

Ahora que el planeta está tan lastimado por nuestro abuso (el pasado 29 de julio fue el día de la sobrecapacidad para el 2021), siento simpatía por las tribus indígenas que nos invitan a adorar a la Madre Tierra: las religiones monoteístas crean un antropocentrismo tóxico, letal, que nos hace olvidar que apenas somos huéspedes del planeta. Es más, lo abandonaremos algún día: veo a las naves espaciales de Bezos, Musk y Branson como el origen de la migración que protagonizará la humanidad en los próximos milenios; sabemos que la Tierra tiene fecha de caducidad (será absorbida por el Sol) y la migración humana será imperativa para la subsistencia de nuestra especie. No alcanzo a imaginarme el dolor que sentirán nuestros futuros semejantes al cerrar la puerta de la nave espacial y decir adiós por siempre a la Tierra: gracias siempre por todo lo que nos has dado.

Tan acostumbrados estamos a la naturaleza que Noe no contempló llevar semillas de árboles en su arca: ¿lo harán los futuros navegantes-migrantes humanos por el Universo? La suave brisa da paso a una más fuerte y el sonido de las hojas de los árboles disipa el instante filosófico: “Aireada feliz” canto con la melodía de “Marejada feliz”. Me despido del árbol, del parque, y poco después me entero de que en la noche falleció Roberto Roena.