Después de ver My Old Lady quedé un poco enemistado con las películas de grandes efectos especiales. En ese momento llegó como un flash la imagen de The Matrix, una de las películas que más me ha gustado. Me puse a pensar en ella y recordé que la primera parte me pareció excelente, la segunda y tercera ya no me tramaron tanto. Así que me di una maratón de The Matrix para reconciliarme con el género y explorar qué es lo que las hace especiales.
Aparte de admirar de nuevo los efectos especiales, esta vez me pareció absurdo el final: se reduce a un bug report, a presentar un Request for Change porque el programa del agente Smith se ha salido de madre. Neo se lanza a un bug fix en la enésima pelea con Smith, en la cual los dos sacan hasta el último cartucho. Se elimina el bug y los habitantes de Zion sigan malviviendo en su refugio subterráneo. Un final que me parece derivado de la sensación de fatiga de los niños cuando terminan de jugar con sus videoconsolas y salen de sus pequeñas matrixes de juegos virtuales. No por nada los Wachowsky son grandes entusiastas de estos juegos. Salvo los efectos especiales, lo más sensato como que era tomarse la pastilla azul y salir a pasear en bicicleta después.
Con Interstellar me pasó algo parecido y tuve que concluir que la película es el camino, es decir, que lo que vale en estas producciones es el despliegue de efectos especiales más que la historia. He dejado de ver The Hunger Games, Game of Thrones, The Hobbit por esta opinión. Si recuerdo The Lord of the Rings, el momento más excitante para mí fue cuando creí que iban a lanzar al protagonista por el abismo con (¿o sin?) el anillo. La puerta de salida de la Matrix es suficientemente clara ahora.