Overblown

Relatos salvajes hacía falta. Woody Allen lo ha ido haciendo a su manera, pero faltaba una película que ilustrara cómo esas pequeñas neurosis de los hipersensibles pueden derivar en enormes catástrofes –en su imaginación. He conocido personas que son como un campo minado sin mapa de navegación alguno: estallan al más mínimo contacto de quien ose pasear por sus praderas. En este homenaje a lo bombástico ni siquiera el título se escapa: no hay relatos salvajes en sí, solo neurosis hiperinfladas.

Yo también las he conocido y padecido. De mis neurosis adolescentes rezumba aún el coro de una canción de Julio Jaramillo: “¡No me toquen ese vals porque me matan!”. Era lo que literalmente pensaba cuando me invitaban a una fiesta de 15 o a un matrimonio: le tenía fobia a los valses de Strauss, en especial al Danubio azul. Sufría una sensación de empalagamiento como si hubiera repetido dos veces el postre Suspiro de limeña, la bomba de azúcar más poderosa jamás creada por la humanidad. Hoy ya sé desactivar esa bomba, aprendí a ignorarla como a la música que se escucha en los centros comerciales –si bien debo aceptar que mi límite máximo de exposición a este ruido es de 2 horas. Después de este tiempo huyo por la primera salida de emergencia que me encuentre.

Con todo lo que quiero a mi hermana y a mi cuñado, recuerdo cuánto resentí que me hubieran invitado a su matrimonio y exponerme a esta tortura del Danubio azul. Fui arrastrado a la ceremonia, me parece que la guillotina de ser desheredado o condenado al ostracismo familiar pendía sobre mi cabeza. Hasta tuve que vestirme para la ocasión. Vi cosas horribles (además del baile del Danubio azul). Una experiencia traumática, apenas equiparable al matrimonio de mi mejor amigo y hermano. Son recuerdos con una carga muy fuerte en definitiva. A todos los que hemos padecido estos trances, el relato salvaje final de Damián Szifron es una delicatesen total, una catarsis.

Una vez le pregunté a mi cuñado cómo les había ido en el matrimonio al que los habían invitado el fin de semana. “Muy bien, la novia dijo que sí y el novio estaba muy contento”, me respondió un poco sorprendido por mi pregunta. No sé si será un gesto de excesiva indulgencia conmigo mismo, pero con los años y la distancia he aprendido cuán sobredimensionada está la ceremonia del matrimonio en la cultura latinoamericana y justifico en parte mi reacción neurótica ante esta.

La respuesta de mi cuñado fue una epifanía para mí: lo importante es ese momento de aceptación mutua, la celebración de la unión, no lo bonitas que estaban servidas las mesas, la exquisitez de los platos, la elegancia del vestido de la novia, la decoración de la fiesta, la orquesta invitada, etc. Después de la respuesta de mi cuñado he aprendido a mirar los matrimonios con otros ojos. Ahora incluso me emociono cuando voy paseando desprevenido por la calle y me encuentro un matrimonio a la salida de una iglesia: me alegra ver a la pareja feliz (hasta he pensado que debería llevar arroz en el bolsillo por si acaso); ya todo lo demás es un aderezo. Hoy iría con otros ojos y otra actitud al matrimonio de mi hermana.

Vi la película con dos amigas holandesas. Noté cómo se sorprendían ante la gala del matrimonio, ante ese ambiente tan distante de la cultura protestante. Me siento en Utópica cuando veo a jóvenes holandesas asistiendo a un matrimonio con una chaqueta de jean azul cubriendo su traje de noche, o una de cuero café claro o rojo. O la sonrisa cuando van vestidas así en la bicicleta. Lo importante es participar en la alegría de los amigos, toda la pompa es secundaria.

Obviamente, no soy tan ingenuo como para creer que el mal no existe en la sociedad holandesa. De hecho tiene nombre propio: André Rieu. Es el creador de la Orquesta Johann Strauss. Si pudiera agregar un relato salvaje a la película de Szifron sería un viaje en el tiempo para sabotear la unión de los padres de André Rieu, como en Terminator cuando van a destruir el centro de datos de Skynet, seguido por la precuela en la que el viaje en el tiempo se orienta a lograr que la mamá de Strauss diga un enfático no en el matrimonio. Sería una forma de salvar a la humanidad. A bit overblown, pero ajá, también tengo mi lado salvaje.

¡Mozo, una copa para todo el mundo, yo invito!