Hace un mes, en una noche de viernes o sábado, pensaba que qué rico sería ir al cine al aire libre a ver una película de Woody Allen. Ayer se hizo realidad ese día: fuimos a ver Irrational Man. Las apuestas ahora están divididas 50-50 sobre si será una buena película de Allen o no. En la escala de 1 a Midnight in Paris (o cualquiera de las excelentes de WA), Irrational Man merece un 1. A Joaquin Phoenix le asigna la difícil tarea de representar a un profesor de filosofía interesantísimo y carismático, un hombre por el que suspiran todas las mujeres de la facultad, que ha devenido en un escéptico depresivo. En las clases no se deja ver ningún rasgo de la genialidad del personaje, WA se encarga de mostrar la filosofía como el arte de la masturbación verbal y no pasa de ahí (tengo que recordar los textos de mi ratoncito plagiador ufanándose de su consagración al onanismo).
La cura que encuentra el personaje de la película no tiene credibilidad alguna: matar a una mala persona para hacer del mundo un lugar infinitesimalmente mejor. Por más que WA quiera mostrar la crisis performativa entre lo que piensa un posdoctor en filosofía con lo que hace, no convence la motivación o sentido que le da a su vida el personaje. Una pérdida de tiempo total. Me quedé frustrado de que me salté el postre en la cena para llegar a tiempo a la película.
Desde que WA empezó a cultivar su leyenda u objetivo de hacer una película por año el resultado es decepcionante. Sus últimas películas son flojas, borradores sin terminar que no alcanzan la excelencia y el placer al que nos ha llevado. Sería ideal que ensayara a hacer una excelente película cada 2 o 3 años. Su actual marca es una fórmula para la frustración.