Hacia lo desconocido por la ruta del deseo

Se preguntaba LS en un trino al ciberespacio libre por qué se había firmado el Nuevo mejor acuerdo posible en el Teatro Colón. Un amigo acudió a la respuesta fácil de que era el mejor escenario para una farcsa. Yo a la más fácil aún de que era el espacio apropiado para los actores del conflicto. Hasta que el nombre de Colón me dio otra respuesta.

Hace algunas semanas me sorprendió por primera vez el aborto del despegue de un avión (¿un abortizaje?). He llegado a tal punto de costumbre que ni siquiera la sensación de la aceleración me logra distraer de la lectura. Pero esta vez sentí cómo el piloto frenaba largo cinco veces seguidas hasta que fue evidente que no íbamos a despegar. Llevó el avión al mismo puerto de embarque y allí empezó un protocolo de una hora para revisar que todo estaba en orden para autorizar el nuevo intento de despegue. (Sigue leyendo »»)

El mejor acuerdo posible (10). ¿En la dirección correcta?

Ha habido tantos problemas de timing en la firma del Acuerdo que no queda más que preguntarse cuál es el método detrás de la locura, como sugirió un príncipe danés. No se entiende que se firme un Acuerdo con semejante despliegue de invitados en Cartagena antes de ser aprobado o no por el plebiscito. Tampoco que se firme de nuevo cuando las voces más reconocidas del No apenas tuvieron tiempo de plantear sus objeciones: se incorporaron varias, con lo cual quedó un mejor acuerdo, pero no se logró consolidar el espíritu que el Acuerdo necesita: reconciliación nacional y aceptación de las Farc como actor político legítimo.

La aprobación por el Congreso, de mayoría santista (y que muy probablemente recibirá además una nueva ronda de mermelada), por la vía del fast-track le resta legitimidad al Acuerdo. ¿Cuál es el afán de Santos? La primera hipótesis es la que se ha plantado varias veces en esta bitácora utópica: lo importante es desarmar a las Farc, todo lo que vendrá después se resolverá por la vía política o jurídica. La segunda, que el estado de salud de Santos es más delicado de lo que ha hecho público y quiere dar inicio al Día-D a la mayor brevedad posible. La tercera es el otro Día-D, el día de Donald Trump.

En efecto, luego de leer la entrevista del excongresista Lincoln Díaz-Balart y los pronunciamientos de Trump y Pence a raíz del fallecimiento de Fidel Castro, el afán de Santos tiene mucho sentido: ninguno de los tres vacila en calificar a las Farc como organización terrorista y el cartel de la droga más grande del mundo. Díaz-Balart plantea la tercera hipótesis sobre el afán santista con contundencia: «¿será que la prisa del presidente Santos es por concluir esto en la era de Obama?». (Sigue leyendo »»)

El mejor acuerdo posible (9). Mejorado

Quizás nos conocemos menos de lo que creemos. Quizás por ello es bueno ir al pasado y entender por qué nos pasa lo que nos pasa. Cuando de niño mi padre me llevó a acompañarlo a votar pidió que por favor me tiñeran el dedo de rojo, como hacían en esa época los electores para dejar en claro por cuál partido votaban. Era una práctica que fomentaba la polarización entre rojos y azules, como si nada se hubiera aprendido de la Violencia.

La más reciente polarización electoral fue entre el Sí y el No, con la maquinaria santista estigmatizando a los del No como los enemigos de la paz. Las Farc, que a lo largo de su existencia también han contribuido a polarizar la sociedad según su ideología de turno, no faltó a la cita tampoco: proletariado, lumpen proletariado, burgueses capitalistas cuando eran marxistas leninistas; ahora que son socialdemocrátas: progresistas vs enemigos de la paz.

En suma, el país sigue sin aprender a llevar las diferencias de manera consensuada, el famoso estar de acuerdo en el desacuerdo tan utilizado por la diplomacia. El mínimo ejercicio de tolerancia de aceptar el disenso de otras personas sin ver en estas una amenaza. Quienes se niegan a aceptar este mínimo piensan que la tolerancia es una práctica hipócrita, que no se tolera al otro sino que se le aguanta o se es condescendiente con él pero no se le acepta como tal. De ahí que para estos intolerantes lo más honesto sea odiar visceralmente al otro –y demostrarlo: dedo azul o rojo, proguerra o propaz. Es, desafortunadamente, la gente que más dificulta llegar a un consenso. (Sigue leyendo »»)

El mejor acuerdo posible (8). El retorno del gran sancocho nacional

En los ochenta Jaime Bateman enunció el gran aporte de Colombia a la ciencia política, la gastropoliteia, cuyo enunciado principal era que para firmar la paz en Colombia era necesario conformar el gran sancocho nacional: sentar en una misma mesa a Turbay Ayala, Luis Carlos Galán, el M-19, Pastrana, Gómez Hurtado, etc. para discutir a fondo los grandes problemas del país. No son pocos quienes han visto en la gastropoliteia el origen de la Constitución del 91, que empieza por reconocer en sus primeras líneas el carácter pluralista de la sociedad.

Humberto de La Calle, the man of the hour como dirían los estadounidenses, sigue atrapado en su síndrome de La Habana, con remembranzas del bipartidismo atávico de la democracia nacional, y repite con convicción que el Acuerdo es entre el Gobierno y la guerrilla. Como si la C-91 no hubiera ayudado a superar el modelo bipartidista bipolar. La misma bipolaridad nacional que niega todas las variantes genéticas para terminar imponiendo como únicamente válidas las combinaciones XX y XY, negando todas las demás variantes existentes y de ahí su pánico ante la ideología de género. La exclusión en Colombia se extiende por muchos terrenos. (Sigue leyendo »»)

Amanecí radicalizado (2)

En mi círculo familiar y de amigos, alrededor de 40 personas, fui el único que votó No. Sin embargo, con todos con quienes he hablado, en general se han mostrado satisfechos con la victoria del No. En aras de lograr el fin del conflicto armado todos estuvieron dispuestos a tragarse los sapos del Acuerdo con tal de que se silenciaran las armas. Ahora con el No ven que es posible lograr la paz sin tener que tragarse tantos sapos.

El país estaba efectivamente votando bajo la amenaza de las armas. Fue muy coherente la Fiscalía General al resaltar que la votación del plebiscito debería de ser hecha con la guerrilla desarmada, una quimera que dejaba en evidencia la presión que ejerció el Gobierno al resaltar que el plebiscito era por el Sí o por la guerra. Curiosamente no hay registrada ninguna pronunciación de los principales voceros del No a favor de la continuación del conflicto por la vía armada.

Esta amenaza contribuyó a polarizar en gran parte el país: todavía se escucha la “indignación” de los votantes del Sí diciendo que los del No quieren más bala y más guerra. Esto no es más que repetir el discurso del Gobierno sin entrar a analizar lo que piensa la otra parte. Igual como hizo las Farc, cuya primera reacción fue decir que triunfaron los enemigos de la paz y los belicistas.

La marcha masiva de los estudiantes bien puede ser vista como el clamor de todo un país que no quiere más guerra. Hay gente que dice que el país está en medio de la incertidumbre, lo cual no es de por sí negativo: ¿qué pasaría si el cese del fuego fuese definitivo? El gran riesgo en ese caso es que desaparezca la voz de las Farc, pues históricamente se ha hecho sentir a través de las armas, sin olvidar que cuando lo hizo políticamente a través de la UP fue miserablemente masacrada por la mano negra del Estado. Siento aún la frustración de no haber podido votar por Jaime Pardo Leal (todavía no tenía cédula pero era mi candidato).

Las Farc tiene ahora la opción de oro de pedir su espacio político en la sociedad. Quizás se da cuenta de que por la vía armada no logrará ninguno de sus objetivos y que es el momento de hacer la transición; ya han tenido una visión de lo que podrían obtener por la vía democrática. En este sentido parecen apuntar las declaraciones de sus jefes. Se impone entonces la flexibilidad para sentarse a negociar de nuevo y mantener el cese del fuego, igual para el Estado.

La amenaza de la guerra es real, pero mientras los actores quieran negociar no tiene por qué suceder.