VIII

Dormí muy bien, nada de pesadillas ni alucinaciones, aunque ayer si pensé varias veces sobre el mensaje de la mano. ¿Por qué querría llevarse las emociones y no la vida (el corazón), por ejemplo? Me pareció más un llamado a perder el miedo, a no sentirme intimidado porque estuviéramos perdidos, igual estábamos cerca de la Laguna y la brújula indicaba invariable la ruta. Así que es necesario que conserve la calma, nada de entrar en pánico. Quizás debo permitir que la mano se lleve el miedo la próxima vez.
Alejandro dice que ha fotografiado 15 especies de aves que no había visto antes.

VII

Llegamos a la base de la cadena donde está la laguna (creemos). Acampamos en un cañón ideal para protegernos de los fuertes vientos, cercano a un riachuelo. El pasto parecía bastante cómodo. Sólo hasta que me acosté descubrí que estaba encima de una placa de piedra. Alejandro se rió y se durmió profundo con un «de malas, chino, ponga su cobija debajo y trate de dormir». Traté, pero a la medianoche, cuando ya estaba quedándome dormido por puro cansancio, sentí una mano invisible que me quería robar el sistema simpático. Se enterró en todo mi estómago, sentí una garra en el tórax y tuve un forcejeo tenaz con ella. Empecé a gritar pidiéndole ayuda a Alejandro. La mano se fue y quedé asustado. Me volteé a ver si Alejandro se había despertado con mis gritos, pero seguía profundo. Más que una pesadilla, me pareció una alucinación porque no estaba del todo dormido. Revisé la carpa, pero estaba intacta. Raro. A los cinco minutos volví a quedarme dormido y sufrí un nuevo ataque de la mano invisible. Esta vez alcancé a ver cómo cortaba con un cuchillo la carpa y se introducía por el agujero decidida a tratar de robarme el simpático otra vez. La agarré por el antebrazo y sostuvimos otro combate. Esta vez estoy seguro que sí grité durísimo pidiéndole ayuda a Alejandro, pero él no se inmutó. Finalmente venció mi resistencia y la mano se fue. Es absurdo, pero recuerdo su fuerza con gran intensidad todavía. Cuando Alejandro descubrió el agujero en la carpa no me atreví a decirle cuál creía que era la verdadera causa: «Seguro se descosió con mi peso y el del equipo en tensión con la piedra». Lo zurcí, recogimos el campamento y empezamos a remontar el cañón hacia la cima.

VI

Descubrimos que la brújula de Alejandro apunta hacia la Laguna Negra. Uno de los mitos dice que es como un agujero negro del espacio, un gran magneto y por eso es de color negro, porque absorbe la luz. Un poco exagerado creer que puede ejercer mayor atracción que el eje de la Tierra, pero es una casualidad que nos favorece: vamos directo hacia ella.

V

Tuve una discusión tremenda con Alejandro. Según mis cálculos y lo que habíamos planeado inicialmente, teníamos que tomar la cadena montañosa de 8 kilómetros más adelante, según los suyos, «apoyado en su brújula», era ahora que teníamos que desviarnos. Este pequeño desvío nos ha costado 2 días de camino, hasta que finalmente aceptó que su brújula estaba dañada: seguimos el recorrido del sol y no apunta hacia el Norte, sino hacia el noreste. Por si fuera poco, seguimos encontrándonos campesinos supersticiosos que enmudecen cuando les preguntamos que hacia dónde queda la Laguna Negra. Ninguno nos da noticia, se devuelven silenciosos a sus cultivos de hortalizas y hacen como si no existiéramos. Terminamos acampando cerca de la laguna Colorada, a 32 kilómetros de la Negra. El desgaste energético va a ser grande: tenemos que descender 400 metros, toda esta cadena montañosa y escalar 700 para llegar a la Negra (a 3.500), un desvío de 4 días en total. Tuvimos que hacer una tregua, concentrarnos en otras actividades para pasar el disgusto. Al final de la noche aceptamos que habíamos sido muy afortunados, pues la Colorada y el paisaje que la rodea son bellísimos. Además, Alejandro pescó una trucha y nos reconciliamos después con unos rones.

IV

Llegamos en plenas fiestas a Montegat. Hay decorados por todas partes en la plaza principal. La torre de la iglesia está cubierta con una pancarta, hay globos colgando por todos los faroles, mucha gente andando y la banda del pueblo toca un bambuco: el pueblo está muy animado. Comemos algunos quesos y visitamos el mercado de artesanías, dominado por la cerámica precolombina. Compramos un par de cobijas de alpaca, muy livianas y a muy buen precio. También conseguimos todas las provisiones para partir mañana temprano a la Laguna Negra y tener autonomía por 15 días. La economía de estos pueblos es increíble: se puede casi sobrevivir apenas con centavos. Dejamos los morrales en el pequeño hotel y salimos de nuevo a integrarnos a la fiesta, donde encontramos dos profesoras de baile. Alejandro rechazó la invitación de un señor a tomar aguardiente y casi se empieza una pelea: «¿Qué? ¿Le parece poca cosa mi aguardiente?». El señor estaba bastante borracho, Alejandro se lo tomó para evitar un conflicto y preferimos irnos al hotel. «Mañana salimos temprano a la Laguna Negra», y fue como decir que íbamos al infierno. De inmediato empezaron los comentarios sobre que estábamos locos, que era ir a la muerte, nos daban bendiciones, que en el camino habían muerto muchos montañistas, que si algo nos pasaba no habría forma de ir a rescatarnos, y cualquier otra cantidad de comentarios similares. Casi diría que fuimos asaltados por un grupo de fanáticos religiosos o, mejor, una banda de psicoterroristas. Varios amigos montañistas que han estado en la Laguna Negra nos han dicho que es un lugar excepcional, claro que nunca nos mencionaron un pueblo tan supersticioso, así que seguimos adelante.