Thomas es uno de los actores más famosos del mundo. Lo conocí una noche en Amsterdam en la que se había perdido por los canales. Iba en mi bici y él extendió su brazo con un mapa para pedirme ayuda. Lo miré y claro que me impactó darme cuenta quién era. Sobre todo sus dientes, de una blancura que brillaba aún en la calle poco iluminada. Me ofrecí a llevarlo al apartamento donde se estaba alojando. Pasamos por la Berenstraat, donde se encuentra mi librería de libros de artistas preferida, Boekie Woekie. Le mostré la vitrina y le conté lo especial que era esa librería. Se mostró muy interesado y le dije que muy cerca también había una especializada en libros de viajes. Me dijo que si estaba en el camino a su casa podíamos desviarnos, que si no, prefería regresar porque lo estaban esperando. Me preguntó qué tan lejos estábamos y calculé que a unos 10-15 minutos. Por seguridad saqué mi teléfono y utilicé el navegador. Me dijo que no dejaba de ser paradójico que el viniera de hacer una de las películas más avanzadas en materia de tecnología y no tuviera un simple navegador en su bolsillo. Yo estaba encantado con mi Nokia N87 de entonces, que tenía la enorme ventaja de ofrecer el servicio de navegación sin necesidad de estar conectado a internet. “¿Ah sí? Mañana mismo me compro uno”. Le conté de otras ventajas que casi nadie utilizaba, como el transmisor de FM: “Puede convertirse en una pequeña emisora de FM, digamos que transmites en el dial 106.5, lo sintonizas con el radio de tu auto y puedes escuchar con muy buena calidad la música que tengas guardada en él. O si tienes conexión a internet, puedes buscar música en Youtube y transmitirla también”. En broma me dijo que debería incluir esas imágenes en su próxima película de la saga de espías.
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El arte de separarse o más efectos colaterales del síndrome de don Quijote
En los últimos meses he sido bombardeado por libros y películas que hablan de separaciones. He sentido simpatía por la novela de Mónica Carrillo, La luz de Candela, que hace parte de esa nueva ola de chic-lit que se está dando en España, extendiendo el espectro hasta la antipatía que me causó Joseph Anton, de Salman Rushdie, donde habla de su desilusión con Padma Lakshmi, pasando por ese intento de separación frustrada de Gone Girl. También me crucé con El amanecer de un marido, de Héctor Abad, un conjunto de cuentos sobre las crisis de pareja, y la memoria de Valérie Trierweiler. Todas estas obras tienen un factor común: la quiebra o frustración de las expectativas. De paseo por Bruselas con mi sobrinita me encontré de nuevo con el síndrome de don Quijote como posible explicación de este mal.
Duende. Orígenes del minotauro, 2.
Regresé a la cabaña con los últimos rayos del atardecer. No llevaba conmigo el kit para andar en bicicleta de noche y esto me inquietaba un poco, a pesar de que no había mucho tráfico. Fue una motivación extra para apurar el paso. Salté de inmediato a la ducha, luego descansé en la cama un rato. Empezó a emocionarme la idea de ir al toque flamenco más tarde.
Programé el navegador y me fui camino a Roquetas de Mar, al tablao flamenco La Soleá. Ese nombre que lo hermana con el parkway de La Soledad tan querido y ese canto compuesto por Hugo Gonzáles e inmortalizado por Maelo:
Y que un momento inesperado de la vida
yo de nuevo experimenté
Mari Belén, la soledad.
Ese bien tan escaso en la sociedad hiperconectada de hoy en día. Me gusta viajar solo y acompañado por Andalucía. Cuando le pregunté a un gitano por qué la soleá se experimentaba como un desgarro, me dijo que la soleá venía de una cantaora que se llamaba Soledad y así se expresaba, no por falta de compañía, “porque la Soleá siempre tocaba mu’bié acompañá, los mejores guitarristas la acompañaron toa su vida”.
No había mucha gente en el tablao, probablemente el partido de la Supercopa se había llevado a los clientes, pero como diría un amigo, quedábamos la línea dura, firme, de los amantes del flamenco.
Adán busca a Eva
Leí los apartes del Manual gringo para entender a Colombia. En general es atinado. Yo aún recaigo en la mala costumbre de interrumpir a las personas cuando hablan, quizás por esto me parecen más ricos los chats o los emilios, porque no interrumpo a la persona que escribe. Sí eché en falta que no se mencionara el valor cultural de la corbata, ese objeto mágico que convierte al mono en doctor instantáneamente. Tengo disfraz de doctor, que yo llamo disfraz de payaso porque me hace reír por el efecto que crea en ciertas personas. Sé por ejemplo que es indispensable utilizarlo cuando voy a la embajada de Holanda en Bogotá, donde las secretarias colombianas por trabajar para un país europeo se sienten de sangre azul. Si le agrego un llavero de Mercedes Benz que casualmente dejo al lado de la ventanilla mientras hago mi consulta, el efecto es demoledor con estas funcionarias. Al salir de la Embajada el efecto de la risa me dura al menos media hora.
Curiosamente el truco del llavero lo aprendí en Nederlandia. Mi amigo A. era socio del club de tennis del Amstelpark y luego de un partido me invitó al pequeño spa que tenía el club. Le dije que no había traído vestido de baño y A. se rio: “Fresco que no lo va a necesitar”. Hasta ese momento no sabía que a los spas en Holanda se va desnudo. En minutos me encontré en medio de una especie de oasis naturista. No solo estaba feliz de ver tantas mujeres desnudas sino sobre todo de la tranquilidad con la que caminaban.
En ese ambiente de relajación entré en la piscina y al poco tiempo empecé a charlar de manera casual con una joven que no conocía. Me parecía un encuentro surrealista, como una recreación en el siglo XX del pasaje bíblico de Adán y Eva. Dos completos desconocidos que no tienen ninguna pista sobre el mundo del otro, salvo qué tanto cuidan sus cuerpos. Curiosamente este año apareció un reality en Holanda (y que ya está siendo exportado masivamente) llamado Adán busca a Eva, donde solteros tienen una cita a ciegas en una isla paradisiaca completamente desnudos. Un buen efecto.
Un boquerón en el camino
Crecí jugando en las vacaciones de mitad de año bajo el sol caldense en la finca de mis abuelos. Me acostumbré a bañarme con agua fría hasta dos veces al día y una en la noche, después de pasar toda la tarde disfrutando en la laguna. Llegué a convertirme en un local más al que los zancudos ya no picaban. El calor siempre lo he asociado con relajación y divertimento. Hasta que llegué a Andalucía: el sol aquí es otra cosa. En un país tropical estamos acostumbrados al atardecer a las seis de la tarde. El sol andaluz dura hasta las nueve o diez de la noche, su intensidad empieza a disminuir a las seis o siete, que es cuando más me gusta salir a pasear.
En una misión investigativa por La Mancha pronto aprendí que trabajar bajo el sol estival es imposible. Con mi compañera de investigación holandesa llegamos convencidos de que íbamos a trabajar de corrido y aprovechar la noche libre. A las siete de la tarde estábamos tostados. Tuvimos que aprender a hacer siesta de dos a cuatro y organizar de otra manera las tareas. Sigo ahora ese patrón cada vez que llego a Andalucía por esta época.
Igual, a veces es imposible escapar a las trampas del cerebro. Me pareció que si me protegía bien podría hacer el camino en bicicleta desde la Playa de la Galera hasta la playa naturista de la Cala Chicré a disfrutar de un baño de sol completo. Cena en un chiringuito y a ver la final de la Supercopa, a ver entre otras cómo le iría a James.
Ramón me llevó hasta la Galera en su camioneta. Me preguntó que si no prefería que me llevara a Jerez de la Frontera para empezar la Vuelta a España. Le respondí que Nairo y Urán ya eran mucha competencia para mí, que fijo me alcanzaban en San José partiendo de Jerez sin problema. El camino en bicicleta a lo largo del Mediterráneo es precioso. La tentación más grande es descender y pasar la tarde en alguna cala. Me salva ser amante del viento y disfrutarlo en mi cara mientras pedaleo.