Dolor y polución en el laberinto

El plebiscito del 10/16 dejó constancia de la polarización del país frente al proceso de paz. Más de dos años después la polarización no cede, con la gran diferencia de que las fuerzas a favor del No están ahora en el poder. Era y es de esperar que busquen ahora introducir todos los cambios que en su momento el gobierno desatendió. En una situación ideal, estos cambios debieron de ser negociados en la mesa; hoy sabemos que la radicalización de estos grupos es tal que por ellos no habría proceso de paz ni desmovilización de las Farc. El deseo de sanción y venganza es más fuerte que cualquier otra consideración.

Hemos vivido una guerra sucia de larga duración. El precio de la desmovilización es aceptar la reconversión a fuerza política de las Farc, la justicia transicional, la sanación colectiva de las heridas. Pero aparecen organizaciones como la Corporación Rosa Blanca, conformada por exguerrilleras de las Farc, que denuncian violaciones, abusos sexuales y abortos forzados de miembros de la guerrilla. Se estima que son más de mil mujeres afiliadas y sus portavoces dicen que son más porque no todas se animan a denunciar. En un gesto hiperbólico contraproducente, una de sus líderes afirmó que podrían ser millones. Contraproducente porque exagerar las cifras siembra duda sobre la credibilidad de las denuncias. Ya el número de afiliadas habla por sí mismo, no es necesario multiplicarlo por millones. Además de los testimonios sobre el aborto, ¿algo más fuerte y contundente que muestren a sus hijos fruto de la violación como pruebas?

¿Qué camino seguir? (Sigue leyendo »»)

La paz a medias

En el plebiscito de octubre de 2016 habría votado no, no porque estuviera de acuerdo con Uribe sino precisamente por la polarización en que se encontraba el país y por la convicción de que el futuro del Acuerdo dependía de la congregación de las principales fuerzas de la nación, Uribe incluido. Porque en una sociedad donde muchos electores votan por el que diga Uribe, es un actor que debía estar sentado en la mesa de negociaciones. Ahora con su delfín investido como presidente, ese temor es ya una realidad. Los primeros ataques a la JEP no se han hecho esperar.

He estado leyendo también perfiles en Twitter de uribistas, y hoy Uribe me parece más un síntoma que la enfermedad misma. Uribe ha dado voz a un amplio sector del país que cree que los problemas se arreglan con el ejercicio de la fuerza, la bala, el plomo. Recuerdo un sábado en la mañana que me di tal dosis de colombianidad, de furibismo, que después de 3 horas me sentí absolutamente dichoso de estar a diez mil kilómetros de mi país. Pero también entendí que es importante comprender cómo piensan los uribistas, porque parte de lograr la paz es también desarmar ese furibismo recalcitrante.

Visito con frecuencia el recuerdo de la conferencia del sociólogo Gabriel Restrepo en noviembre de 1990 en la Cámara de Comercio de Bogotá, donde hizo la siguiente lectura de Crónica de una muerte anunciada y que fue la semilla para mi monografía de grado:

Es como si estuviéramos asistiendo a la crónica de una muerte anunciada, donde el ejército y la guerrilla son los gemelos Vicario que persiguen, frente a la mirada impotente de todos los colombianos, a Colombia en la figura de Santiago Nasar.

Y la pregunta obligatoria es cómo ha seguido sobreviviendo Colombia hasta ahora. Lo que el furibismo parece revelarnos (y sin duda esto es materia de investigación sociológica) es el atavismo del uso de la fuerza/violencia para solucionar los problemas políticos, atavismo del que no escapa ningún sector del país: a punto de celebrar 200 años de independencia y sabe a poco lo que hemos aprendido en el camino: ¿independencia de qué o qué?

La bomba del ELN en la Escuela de Policía General Santander así lo demuestra: en el comunicado la justifican como un incentivo para la paz, una demostración de que la guerra solo traerá más muerte, que la solución debe ser política: vaya forma de dar un tirón de orejas. 21 jóvenes asesinados, o enemigos de guerra dados de baja, según el comunicado del ELN. (Sigue leyendo »»)

IVA monofásico

Hoy los utópicos estamos de fiesta. Ha llegado el día que pensamos que no viviríamos para contarlo: el fin del impuesto monofásico a la cerveza en Colombia. Monofásico es un tecnicismo que se inventó muy hábilmente para ocultar una verdad muy simple: la cerveza en Colombia pagaba el IVA según el costo de producción y no por el precio final al consumidor, como la gran mayoría de los productos y servicios en el mercado. ¿Cómo pudo vivir el país como una patria boba con ese impuesto monofásico? Por el poder del Grupo Santo Domingo.

En 1992, el entonces ministro de Hacienda, Rudolf Hommes, tuvo la osadía de pedirle a Bavaria que detallara la fórmula de la cerveza, en especial el valor de los insumos, pues el costo de producción era ridículamente bajo, tanto como para afirmar públicamente que la industria cervecera estaba evadiendo impuestos de alrededor de 650.000 millones de pesos anuales de esa época. Los colombianos vimos en directo la ira de Dios en acción: el linchamiento por el que pasó el exministro Hommes no tiene parangón en la historia del país: todos los medios del Grupo contra él, la presión en el Congreso del lobby de Bavaria, la Cervecería Águila y Bavaria lo demandaron por 3 mil millones de pesos “por los perjuicios económicos causados por el delito de abuso de autoridad”. Asistimos atónitos al juicio del ministro en el Congreso donde desde el palco dirigía con los brazos cruzados todas las fuerzas contra él Augusto López Valencia, director del Grupo en Colombia. El capitalismo salvaje en su máxima expresión. (Sigue leyendo »»)

You can’t handle the truth!

Esta es una de las frases más célebres del cine de Hollywood, pronunciada por Jack Nicholson en A Few Good Men. Es la misma a la que se enfrenta los Estados Unidos de América ahora que está juzgando al Chapo Guzmán: ¿podrán sobrellevar la verdad?

Breaking Bad no pudo. Cuando en los capítulos finales empezó a introducirse en el mundo del lavado de dinero, se acabó la serie. La lucha contra el narcotráfico se ha centrado en la guerra frontal contra la producción, poco sabemos del consumo, salvo que está muy saludable porque sigue nevando cocaína en los Estados Unidos y Europa, sus principales mercados mundiales.

Un estimativo del PNUD calcula que el dinero del narcotráfico que entra a Colombia ronda el 5 o 10% del volumen total del negocio. El resto es lavado en los países consumidores. Pero de esto tampoco sabemos mucho. La película que más se acerca es The Infiltrator, que narra cómo uno de los siete principales bancos de EUA hacía la vista gorda para lavar dinero de la manera más limpia posible. Algo como lo que describió Virginia Vallejo en su Amando a Pablo, Odiando a Escobar, que hizo el Banco de Occidente con los hermanos Rodríguez Orejuela y que no ha tenido la trascendencia que debería en la opinión pública colombiana. Es sin duda uno de los dardos más agudos que lanza Virgie, a la par con el de las licencias de la Aerocivil que facilitó el Innombrable a los narcos. (Sigue leyendo »»)

El cambio climático y la astronomía. Nueva diatriba contra las religiones

Nederlandia amanece al borde de la sequía. Ayer, el ministerio del Agua fijó las prioridades en caso de racionamiento de agua: primera, los diques, no vayan a ceder y causen una tragedia enorme; segunda, el agua potable; tercera, el agua para las centrales eléctricas; cuarta, el agua para las gallinas y las vacas.

La comunidad de musulmanes acordó reunirse ayer en sus mezquitas para orar para que llueva. Un gesto de buena voluntad, sin duda, pero que plantea de nuevo el debate sobre la necesidad de religiones milenarias que no se corresponden con la realidad. Sea el momento de recordar el cuento Eugenesia compilado por Borges y Bioy Casares en su colección de cuentos breves y extraordinarios:

Una dama de calidad se enamoró con tanto frenesí de un tal señor Dodd, predicador puritano, que rogó a su marido que les permitiera usar la cama para procrear un ángel o un santo; pero, concedida la venia, el parto fue normal.

Para parodiarlo: y después de tanto orar, sigue sin llover.

Las clases de religión en los colegios deberían de ser remplazadas por clases de astronomía: conocer mejor el universo, valorar la unicidad de la Tierra y aprender a convivir con ese misterio de que aun si no sabemos qué había antes del Big Bang (o si el Big Bang es una teoría acertada), hay una energía expansora en tensión permanente que nos ayuda a comprender el ciclo de vida y muerte. No hay más, ni cielos con sabios de barba blanca ni mil vírgenes esperando por nosotros ni trasmutación de las almas.

Estas clases de astronomía quizás sí obrarían el milagro de comprometernos como sociedad con el cambio de mentalidad y acciones que necesitamos para enfrentar el desafío del cambio climático. Por ejemplo, que una sociedad como la alemana, tan dependiente de su industria automotriz, reconozca el daño del diesel, las trampas de sus grandes empresas para evadir el control de emisiones, y sancionarlas de manera ejemplar sin importar los costos para la sociedad. Fijar indicadores verdes que todos los gobiernos deben cumplir, así disminuya el Estado de bienestar. Estas son medidas más eficaces que unirnos a rezar para entregarle nuestro destino y responsabilidad a Dios, a Allah o a cualquier otra deidad. Sí, ya lo sé, por algo este chiringuito se llama Bitácora Utópica y miles de millones dormirán tranquilos esta noche luego de rezar porque llueva.