¿Polos opuestos e irreconciliables?

1.

Como politólogo hay cuatro polarizaciones en el hemisferio occidental que me llaman la atención: el proceso de paz en Colombia, la fijación en el poder de Maduro, el Brexit y el independentismo catalán. Procesos en los cuales las sociedades están tan polarizadas que parece imposible encontrar un punto medio. Salvo el caso venezolano, donde las estadísticas no son confiables (como tampoco las elecciones que perpetuaron a Maduro), los indicadores marcan empates técnicos de 50% (población a favor del proceso de paz, del Brexit, del independentismo). Son procesos además que afectan el diario vivir de las personas: familias y amistades que se rompen por las diferencias políticas, economías que se ven resentidas por estos procesos: ¿llegará más inversión extranjera a Colombia con la perspectiva de reanudar el conflicto si se rompe el Acuerdo? ¿inyectarán más capital los chinos y rusos en Venezuela? ¿seguirán migrando empresas del Reino Unido al continente europeo o de Cataluña al resto de España? Todo un laboratorio en vivo para estudiar resolución de conflictos.

Como utopista también son interesantes, porque la resolución de conflictos requiere del planteamiento de escenarios posibles, un espacio donde ejercer la imaginación política, la formulación de soluciones utópicas (en su sentido factible). Son, como dirían los maestros zen, el fango necesario para que florezca la flor de loto: sin fango, no loto.

He ido observando también mi pensamiento sobre estos procesos y debo reconocer mi tendencia instintiva hacia el que creo que es el mejor escenario colectivo: desmovilizar y pasar por la justicia transicional en Colombia, soportar la presencia de las Farc en el Congreso por 10 años, favorecer la transición del régimen de Maduro a uno con más competencia para dirigir el país, en especial la economía, facilitar un segundo referendo con un margen de 65% para decidir si habrá Brexit o no, volver al voto paritario en Cataluña, donde las provincias separatistas no pesan más que los taberneses constitucionalistas. Con el tiempo han ido aprendiendo a convivir el politólogo con el utopista.

2.

Hace ya varios años mi amiga L me recomendó el libro Being Genuine: Stop Being Nice, Start Being Real, de Thomas d’Ansembourg, que me introdujo a la Comunicación No Violenta (CNV). L me había visto discutir  y me dijo que por la defensa vehemente de mis ideas, creencias o argumentos, me estaba perdiendo coincidencias y diferentes puntos de vista que enriquecerían mi pensamiento. Medité mucho sus palabras, le agradecí ese shock benjaminiano y empecé la lectura de d’Ansembourg.

Reconocí en especial el dolor por la pérdida de una amiga que quise mucho por una discusión sobre las Farc, que nos llevó incluso a cerrar un medio que habíamos creado juntos, al igual que otras escenas que se remontaban a décadas atrás en mi pasado. Reconocí mi falta de preparación para la polémica, el debate e incluso el diálogo. En ese camino me encontré también con una charla del Dalai Lama en la que comentaba que durante los recreos en su formación monacal el deporte que más le gustaba practicar era el debate, poner en discusión sus propias ideas con las de los otros. No para comprobar que se tenía la razón, sino para acercarse a la verdad. Como diría Borges, lo importante no es quien escribe el poema, sino el poema mismo.

3.

Al plantear las soluciones utópicas a los cuatro conflictos mencionados, me doy cuenta de que es precisamente la comunicación violenta uno de los principales obstáculos para hacerlas realidad, o siquiera para considerarlas entre todos, como jóvenes budistas que charlan en el recreo. Una parte descalifica a priori cualquier iniciativa que venga de la otra. Mientras pensaba en esto, una mujer negra musulmana con velo se sentó a mi lado en el metro. Lo tomé como una señal: ¿qué pensaría ella sobre mis creencias sobre la inexistencia de dios tal como lo definen las principales religiones? Me imagino que me llamaría blasfemo y me auguraría una vida en el infierno por profano. O lo mismo que ella creería sobre las otras religiones. Pensé que era una mensajera para traerme de nuevo a la realidad que enfrentan las utopías, pero igual no perdí de vista que esta escena es posible gracias al ambiente de tolerancia creado por los holandeses (que tampoco escapa del todo a las voces xenofóbicas o discriminadoras).

4.

Desafortunadamente todavía tengo mis recaídas en la comunicación violenta, en especial con temas que no quiero entrar a discutir y que me señalan el trabajo interior pendiente. Es cuando comprendo las dificultades que varios de los actores principales de los conflictos tienen, la incapacidad para considerar siquiera otro punto de vista y, más aún, ceder a una posición mejor para las dos partes..

Ahora, no entiendo muy bien por qué al pensar en esto me llegan imágenes de marchas colectivas, la última la del viernes pasado de los jóvenes por el cambio climático. Recordé páginas de Masa y poder de Canetti, y no estoy seguro si esta idea se la leí a él o no: el poder de la marcha colectiva es que si se hace de corazón, nos compromete con una causa, con un camino, con una utopía. Quizás no motive un cambio en los poderosos, en quienes sostienen la posición contraria o ni siquiera se plantean la de los marchantes, pero ese compromiso colectivo puede traer cambios a largo plazo. D’Ansembourg dice que la CNV es más un trabajo de jardinería que de coyuntura: no se trata de resolver un conflicto puntual, sino de preparar el camino para que cuando llegue el conflicto pueda ser resuelto de la manera más armónica posible, con consideración de las partes. Las marchas cumplirían también esa función de jardinería, como una invitación a convertir en acción el pensamiento, empezar por el primer paso: comprometerse.

El utopista ya ha hecho su trabajo, ha planteado posibles caminos y una metodología para alcanzarlos. Pero sigue ahora el trabajo del politólogo, que no ve tan claro cómo se van a resolver estos conflictos.