You can’t handle the truth!

Esta es una de las frases más célebres del cine de Hollywood, pronunciada por Jack Nicholson en A Few Good Men. Es la misma a la que se enfrenta los Estados Unidos de América ahora que está juzgando al Chapo Guzmán: ¿podrán sobrellevar la verdad?

Breaking Bad no pudo. Cuando en los capítulos finales empezó a introducirse en el mundo del lavado de dinero, se acabó la serie. La lucha contra el narcotráfico se ha centrado en la guerra frontal contra la producción, poco sabemos del consumo, salvo que está muy saludable porque sigue nevando cocaína en los Estados Unidos y Europa, sus principales mercados mundiales.

Un estimativo del PNUD calcula que el dinero del narcotráfico que entra a Colombia ronda el 5 o 10% del volumen total del negocio. El resto es lavado en los países consumidores. Pero de esto tampoco sabemos mucho. La película que más se acerca es The Infiltrator, que narra cómo uno de los siete principales bancos de EUA hacía la vista gorda para lavar dinero de la manera más limpia posible. Algo como lo que describió Virginia Vallejo en su Amando a Pablo, Odiando a Escobar, que hizo el Banco de Occidente con los hermanos Rodríguez Orejuela y que no ha tenido la trascendencia que debería en la opinión pública colombiana. Es sin duda uno de los dardos más agudos que lanza Virgie, a la par con el de las licencias de la Aerocivil que facilitó el Innombrable a los narcos. (Sigue leyendo »»)

El cambio climático y la astronomía. Nueva diatriba contra las religiones

Nederlandia amanece al borde de la sequía. Ayer, el ministerio del Agua fijó las prioridades en caso de racionamiento de agua: primera, los diques, no vayan a ceder y causen una tragedia enorme; segunda, el agua potable; tercera, el agua para las centrales eléctricas; cuarta, el agua para las gallinas y las vacas.

La comunidad de musulmanes acordó reunirse ayer en sus mezquitas para orar para que llueva. Un gesto de buena voluntad, sin duda, pero que plantea de nuevo el debate sobre la necesidad de religiones milenarias que no se corresponden con la realidad. Sea el momento de recordar el cuento Eugenesia compilado por Borges y Bioy Casares en su colección de cuentos breves y extraordinarios:

Una dama de calidad se enamoró con tanto frenesí de un tal señor Dodd, predicador puritano, que rogó a su marido que les permitiera usar la cama para procrear un ángel o un santo; pero, concedida la venia, el parto fue normal.

Para parodiarlo: y después de tanto orar, sigue sin llover.

Las clases de religión en los colegios deberían de ser remplazadas por clases de astronomía: conocer mejor el universo, valorar la unicidad de la Tierra y aprender a convivir con ese misterio de que aun si no sabemos qué había antes del Big Bang (o si el Big Bang es una teoría acertada), hay una energía expansora en tensión permanente que nos ayuda a comprender el ciclo de vida y muerte. No hay más, ni cielos con sabios de barba blanca ni mil vírgenes esperando por nosotros ni trasmutación de las almas.

Estas clases de astronomía quizás sí obrarían el milagro de comprometernos como sociedad con el cambio de mentalidad y acciones que necesitamos para enfrentar el desafío del cambio climático. Por ejemplo, que una sociedad como la alemana, tan dependiente de su industria automotriz, reconozca el daño del diesel, las trampas de sus grandes empresas para evadir el control de emisiones, y sancionarlas de manera ejemplar sin importar los costos para la sociedad. Fijar indicadores verdes que todos los gobiernos deben cumplir, así disminuya el Estado de bienestar. Estas son medidas más eficaces que unirnos a rezar para entregarle nuestro destino y responsabilidad a Dios, a Allah o a cualquier otra deidad. Sí, ya lo sé, por algo este chiringuito se llama Bitácora Utópica y miles de millones dormirán tranquilos esta noche luego de rezar porque llueva.

Elecciones en Colombia, un cuento de Marvel

Estaba tan aburrida la final de la Liga Europa que me puse a hacer zapping y vi fragmentos de Los Cuatro Fantásticos que me retrotrajeron a mi infancia cuando disfrutaba imaginándome con sus superpoderes. No pude ver mucho porque el ruido de la destrucción me desesperó, toda la gracia de los superpoderes está en darse más duro con el enemigo. Como la carrera armamentista o nuclear.

Las escenas que vi me hicieron pensar en las elecciones en Colombia de la próxima semana, en la que a los politólogos no nos queda más que analizar los superpoderes de los candidatos: es que él sí va a hacer lo que Él diga y va a poner orden en la casa, es el que más y mejor fuete sabe dar; es que él va a acabar con el establecimiento y la oligarquía; aquel otro modernizará las instituciones como hizo en la alcaldía de Medellín; o este otro que es el adalid de la paz, fue el que logró concretar el Acuerdo con las Farc.

Mi sobrinita a sus 9 años entiende mejor el secreto de la transformación que la política en Colombia. Me lo explicó después de afirmar que el amor es eterno. Yo, con mi experiencia de monógamo serial, le decía que cuando empezaba parecía eterno pero ya en el camino a veces terminaba diluyéndose. Ella me dijo que era eterno porque pasaba de una generación a otra; se le podría acabar a algunas parejas, pero pervivía en muchos otros corazones. Una revelación. (Sigue leyendo »»)

Un silencio revelador

Hablaba con un amigo peruano quien consternado me decía que el récord que alcanzó Perú era el más ominoso de la historia de América Latina: los tres últimos expresidentes en prisión, y PPK caminando por el filo de la destitución y la cárcel. Le dije que no sabía cuánto envidiaba ese registro, pues nada más indigno que tener un expresidente financiado por el cartel de Cali, que con desfachatez dijo aquí estoy y aquí me quedo y en efecto se quedó. La presidencia en Colombia es una institución tan poderosa que un caso como el de Samper es posible: puede comprar a su investigador (Heyne Mogollón), como lo demostraron todos los estudios sobre el Proceso 8000.

La periodista Claudia Morales nos vuelve a confrontar con el poder (ex)presidencial en una mezcla de novela policíaca y negra. Policíaca porque mezcla las obras Diez negritos de Agatha Christie, “uno de estos seis exjefes es el violador”, con La carta robada de Poe, “jamás diré su nombre, pero hay cinco personas cercanas mías, dos de ellos periodistas, que lo saben”, blindándose en caso de que alguien quiera sepultar con ella el secreto. Y novela negra porque lo que queda en evidencia es la miseria y la maldad del poder y la condición humana.

El argumento central de Morales para guardar silencio es que su autor –como lo llamó Ángela Vicario– es tan poderoso que, si ella denunciara con nombre propio, su vida y la de su familia correrían peligro o se enfrentarían a muchas dificultades. Estamos ante un secreto a voces que nos lleva de nuevo a la desfachatez del poderoso, «¿Y qué? ¿Qué van a hacer ahora?», y nos confronta como sociedad ante la impotencia ante el poder. La separación de poderes queda entonces reducida a los libros infantiles y a los rigurosos estudios politológicos que resaltan la larga tradición democrática del país.

Los recursos del autor son innumerables. Desde cambiar articulitos de la Constitución, multiplicar por mil la fortuna de sus hijos (¿alguien recuerda las denuncias de Coronell y Gossaín y dónde está este último ahora?), nombrar acólitos en la Corte Constitucional y los demás organismos de control del Estado, estar rodeado de apóstoles o presidiarios, periodistas listos para su defensa mediática y un apoyo masivo que no dudará en calificar de fábula la denuncia de Morales. El gran colombiano, en definitiva. Claudia nos ha puesto frente al poderoso y una más de sus injusticias, ¿y qué vamos o podemos hacer ahora? Es un silencio revelador, muy revelador: a comer todos callados, colombianos. Definitivamente, para envidiar el récord de los peruanos.

#MeToo y la educación sexual

1.

Mi colegio tenía servicio de bus privado, un alivio en muchos sentidos para los padres: no tenían que gastar tiempo llevando los hijos, tenían la certeza de que estaban siendo protegidos por dos o tres adultos al menos, y llegarían seguros a su destino. Así se perpetúa la vida en una burbuja. El mundo exterior se limitaba en esos momentos a lo que podíamos ver por la ventana del bus.

Vi varias cosas que me impactaron mucho. La Avenida Suba era de un solo carril por entonces, muchos campesinos y obreros se desplazaban en bicicleta y varias veces hubo trancones porque atropellaban a alguno de ellos. No puedo olvidar un accidente brutal en el que vi a un hombre descerebrado por el golpe. La profe responsable del bus hacía su mejor esfuerzo porque no miráramos, pero yo estaba sentado en la ventana y no pude evitarlo.

Otra escena desafortunadamente inolvidable fue una violación en manada: al menos cinco perros tenían con las patas arriba a una perra y vi cómo el líder gesticulaba con la cabeza quién seguía mientras que con sus patas mantenía a la pobre perra contra el piso mientras chillaba. Era su grito de dolor el que nos hacía asomarnos por la ventana a ver qué sucedía. Me quedó la impronta de la impotencia ante la injusticia y no sé hasta qué punto me hizo inmune a la práctica de todos lo hacen, a la unión con la masa para no sentirme excluido. Pero cada vez que leo o escucho sobre una violación en manada siempre he de volver a esta imagen que vi de niño y sentir de nuevo el repudio ante el abuso y la injusticia.

La misma que siento cuando escucho sobre los casos de abuso sexual que denuncia #MeToo. Veo a ese jefe de la manada sometiendo a la mujer sin ningún tipo de consideración más allá de la satisfacción de su placer sexual. Obviamente el ala radical del feminismo mal entendido se lanza en manada contra los hombres y su dominación histórica. (Sigue leyendo »»)