The Man, 7. Notas sobre el otro

Participantes en el concurso de dobles de Hemingway

En una conversación pública con Vila-Matas, Paul Auster compartía con la audiencia que entre las sorpresas que guardaba la obra del escritor catalán se encuentra el concurso de dobles de Hemingway en Florida. Toda una anécdota literaria, porque el concurso existe en la realidad, se celebra desde hace ya como 20 años en el día Hemingway que se conmemora en Key West desde entonces: a Auster ni se le pasó por la cabeza que esto podría suceder realmente, le pareció todo un producto más de la imaginación de Vila-Matas, todo un cumplido.

Qué se iba a imaginar el joven Hemingway que algún día se organizaría un evento así en su memoria. En Notes on the Other (Apuntes sobre el otro), el documentalista Sergio Oksman hace un retrato poético de uno de los momentos cruciales en la vida del escritor, cuando se encontraba en Pamplona a sus 25 años como joven periodista buscando fama y prestigio. El 13 de julio de 1924, Hemingway ve desde su balcón a un hombre golpeado por los toros, en posición fetal, frente a un pequeño negocio familiar. En ese momento, Hemingway tuvo una epifanía: «¿Qué tal que ese hombre herido fuera yo?». Entró en un trance identificándose con la víctima: «Yo soy él… yo soy él» y se lanzó a escribir un relato, en primera persona, de cómo fue herido por los toros en las fiestas de San Fermín. Con este gesto, nos dice el narrador del corto de Oskman, «Hemingway da origen a la figura del escritor aventurero».

Oksman rescata la fotografía del hombre herido y reconstruye su memoria. Era Pablo Guerendiain, el dueño del pequeño negocio frente al que yacía golpeado. Su hijo Pío mantiene el local, que está en una posición estratégica para las ferias de San Fermín: desde este se han tomado miles de fotografías memorables.

El documental registra todo el proceso de blindaje del local y el hueco que deja abierto Pío Guerendiain para tomar fotografías de las fiestas. En un tejido de belleza creativa y visual, Oksman recorre los pasos de Hemingway, el concurso de dobles en Florida y la habitación donde pasó sus últimas horas antes de hacer estallar su cabeza.

La pregunta por la condición humana, por ese juego entre la autenticidad y la otredad que flotan en el relato de Oksman le dan un giro especial al concurso de dobles de Hemingway. Ya Vila-Matas lo había mostrado en El mal de Montano, ese deseo que raya en lo cómico de ser el otro o de querer parecerse al otro. El documental de Oksman parece decirnos que la gracia en el concurso de dobles de Hemingway no está en parecerse a Hemingway sino en el deseo de querer parecerse a otro. Un deseo que como muestra el final de Hemingway no está exento de peligro.

Bloopers futuristas

Ahora que debemos reeducar el ojo para identificar el Manhattan skyline sin Torres Gemelas (en especial a propósito de New York, I love you), me acordé de la fantástica Escape from New York (1981):

Uno de los momentos de mayor suspenso es cuando Snake Plissken debe aterrizar con su aeroplano sobre una de las Torres Gemelas, en la Manhattan de 1997 convertida en prisión. Ahora no sé si son uno o dos bloopers futuristas: por un lado, en pleno siglo XXI NY sigue siendo la capital del mundo y no la prisión que previó John Carpenter, si bien ahora Snake ya no tiene pista de aterrizaje. Hasta aquí serían dos bloopers, pero considerando que el año en que transcurre la película era 1997, Snake tenía todavía pista de aterrizaje, entonces solamente es uno, ¿correcto?

William McGonagall, héroe utópico –o Peor, imposible (2)

Uno de los textos que más me ha marcado es El chiste y su relación con el inconsciente. Me enseñó el hábito de observar qué hace reír a una persona o qué me hace reír a mí mismo. Me sorprende, por ejemplo, que las veces que he visto el programa de videos cómicos gringo, las caídas de las personas siguen siendo un tema constante, acompañadas de grandes carcajadas, sin consideración por el dolor del caído. En este tono releí el mencionado ensayo de Vila-Matas y me pregunté cuál era el origen de mi risa. Por una parte, estaba en el gozo de su narración y, por otra, en la asociación final que hace, una crítica a todos estos autores inmortalizados por las editoriales que en realidad no son más que instrumentos para mantener engrasadas sus máquinas de producción. Pero igual sentí empatía por el poeta burlado, una experiencia que cualquier persona creativa, por más genial que sea, ha vivido alguna vez.

Fue todo un gozo descubrir la vida de McGonagall. Leí su autobiografía y las notas de prensa publicadas sobre él. La parte que más me conmovió es su descripción de cuándo recibió el don de la poesía, párrafo con el cual abre su autobiografía: (Sigue leyendo »»)

Llamado a la utopía

Escribe Carlos Castillo en El Tiempo:

La solución de los problemas exige un compromiso nacional, un esfuerzo conjunto de todos los partidos y las clases sociales. No podemos depender de un gobierno de cuatro u ocho años. Todos los ciudadanos deben actuar y todos deben controlar. Torpe sería pensar que se pueden solucionar esos males nacionales con la imposición del criterio del que arrase en las elecciones.

¿Utopía? ¡Claro que sí! Seguramente, con el resultado de esta contienda electoral y la de los próximos meses, el triunfalismo del ganador insistirá en el espejismo de que todo se va a solucionar. Sabemos que eso no es posible. Con ello llegará una frustración más. Seguramente seguirá la cantaleta de la ventaja de unas ideologías sobre otras.

Me alegró encontrar a otro paseante utópico en El Tiempo, no sabe uno cuándo ni por dónde aparecen en esta época en que las utopías están tan desprestigiadas, a pesar de que siguen haciendo falta.

La muchacha de chaleco amarillo

Es una funcionaria del Hogar de Paso del Departamento Administrativo de Bienestar Social (Dabs), encargada de darles una nueva oportunidad a los ciudadanos de calle de Bogotá. El Tiempo cuenta la historia de John Jairo Vélez, una de las personas que ha recibido su ayuda:

Estaba desgonzado en la acera, en la troncal Caracas con calle novena, con los ojos cerrados, muy débil y esperando morir de verdad, cuando una muchacha con chaleco amarillo le dijo que se subiera a una camioneta blanca. “Pensé que venían a matarme, pero ella me tranquilizó. Me pasó una bolsa con un perro caliente, un yogur, un paquete de maní y una mandarina. Todo un manjar”».

Según la estadística de la Veeduría Distrital y Planeación Nacional, el 75 por ciento de quienes reciben atención especializada y la siguen, logran recuperarse: la muchacha del chaleco amarillo y el equipo de trabajo al que pertenece hacen parte de esos héroes utópicos de nuestro tiempo, de personas que aún en las circunstancias más difíciles creen que es posible el cambio. Y lo logran.