Me enteré ayer de que Ian Thorpe salió del closet. Lo que me impactó de la noticia fue lo que destacó The Guardian:
The revelations are dramatic particularly because Thorpe has always vehemently denied rumours of his homosexuality. In his own autobiography This Is Me, published in 2012, the swimmer said that he found questions about his sexuality hurtful, writing: "For the record, I am not gay and all my sexual experiences have been straight. I'm attracted to women, I love children and aspire to have a family one day … I know what it's like to grow up and be told what your sexuality is, then realising that it's not the full reality. I was accused of being gay before I knew who I was.''
Que la gente salga del closet no tiene nada de dramático. Sí lo es en cambio la presión por negar la propia condición para aparentar ser lo que no se es. El año pasado sí que tuve una revelación dramática que diría The Guardian. O mejor, dos.
La primera fue mi encuentro con mi amiga M en Barcelona. Ambos estábamos de paso por la ciudad y me invitó a cenar a uno de mis restaurantes preferidos, Can Cortada, para contarme una noticia especial: “estoy enamorada”.
M es una de esas mujeres superexitosas a nivel profesional que se ven enfrentadas a la realidad de que no hay hombres solteros en su mismo rango. Ha escuchado incontables veces las teorías sobre que los hombres no se le acercan porque se sienten intimidados por su posición, por su poder económico, por su belleza, etc. Más de una vez le he escuchado su desencanto con el matrimonio: “casi todos los hombres casados me caen en los congresos de la empresa. Háblame de la felicidad del matrimonio”. Me enfatizó que ella jamás saldría o tendría algo con un hombre casado.
Hace un par de años le envié un artículo titulado ¿Joven, elevado nivel de educación y mujer? Permanezca bien dispuesta, porque los hombres aptos escasean que esbozaba el escenario poco esperanzador para las profesionales neerlandesas de encontrar una pareja con su mismo nivel de educación. En el mundo empresarial el escenario es más dramático aún. Empieza a hablarse del downdating, de que las top executives tengan que considerar la opción de buscar un compañero menos exitoso que ellas. Dramático, en especial para las mujeres con egos tan grandes que no caben en sus lujosas casas o espaciosas oficinas y quisieran exhibir a su lado un hombre al menos tan exitoso como ellas.
“Ese artículo que me enviaste me abrió los ojos”, me dijo M. Pensé que se habría enamorado de su entrenador personal o de su escolta, a lo Heidi Klum. “Si no hay hombres libres, hay que luchar por lograr su libertad. Si un hombre casado me busca es porque no está feliz en su matrimonio. Entonces mejor que corte y empiece de nuevo conmigo”. Le pregunté si se había enamorado de un hombre casado, temiendo una revelación dramática sobre su declaración de principios a lo Ian Thorpe.
“Nunca he salido con un hombre casado ni lo voy a hacer. Digamos que J. está en la zona de transición de casado a divorciado”. Le dije que técnicamente estaba casado todavía entonces. “Una formalidad, esa relación se acabó hace mucho tiempo. Esta semana firman el divorcio”. Una solución muy de nuestros tiempos: si no hay tiempo, haz tiempo; si no hay hombres libres, libéralos. Hoy pienso que la auténtica revelación dramática habría sido que M me contara que estaba haciendo downdating, algo impensable para una mujer tan ambiciosa como ella. Nunca un Rioja me supo tan fuerte: M lo había escogido, por supuesto.
La segunda revelación dramática vino de mi amiga D: “estoy enamorada”.
Esta vez el escenario era la terraza de su casa en plena cena veraniega. Me alegré mucho por ella. Era testigo de su frustración después de sus últimas cuatro relaciones fallidas. “¿Quién es el afortunado?”, le pregunté. “Afortunada”, me respondió ella. Me sentí orgulloso de mi reacción serena ante esta revelación dramática.
“Me aburrí de los hombres, no soporto más frustraciones. Quiero ensayar ahora con una mujer, alguien con gustos e intereses similares a los míos, más una buena compañía que cualquier otra cosa”. Por un instante pensé que esa era la respuesta adaptativa sociológica de D ante la falta de hombres libres, pero ella es de las mujeres a las que siempre le sobran hombres a su alrededor. Técnicamente tampoco es una salida del closet. Poco tiempo después me invitó a conocer a su novia, se veían felices.
Ayer, de regreso a casa me encontré con mi vecina: “Tengo algo importante que contarte”. Le pregunté: “¿Estás enamorada?”. Se rio y me dijo que no pero que si tenía un amigo libre para presentarle, bueno, bonito y simpático, que lo hiciera. “Pasa más tarde y te cuento”. Siento que progresivamente la vida me va volviendo un experto en revelaciones dramáticas. Veremos con qué sale la vecina.