De la serie Revelaciones dramáticas presentamos: El conductor bueno

Gerard es de los mejores boxeadores del grupo en el gimnasio, una combinación letal de músculos y velocidad. Es consciente de su poder y sabe con quiénes se debe fajar en el entrenamiento. A mí me tiene mucha paciencia. Mis reflejos están bien pero me hace falta mucha técnica y, sobre todo, mucho músculo para pelear de igual a igual con él.

Trabaja como conductor de un alto ejecutivo de Philips. Me lo he encontrado un par de veces cuando sigo el Amstel en la bicicleta y paso por los cuarteles centrales de la multinacional. A veces parece un rinconcito sacado de Wall Street, con todos los Audis Ax en fila y con conductor esperando a los pesos pesados de la empresa. La otra vez estaba él afuera charlando con colegas, me vio y me saludó: “Hey, bokser!”. Como diríamos en Colombia, cualquiera que lo oyera le creería.

Ayer, después del entrenamiento, se acercó y empezamos a charlar. Me dijo que James estaba a punto de firmar por el Real Madrid, que había hecho muy buen mundial. Y entró en materia: el fin de semana pasado le había sucedido algo excepcional. “Oh, oh, una nueva revelación dramática”, pensé yo. Me contó que había conocido a Andrea, una colombiana preciosa. Como me la describió tuve la impresión de que era paisa, hasta que me dijo que venía de algo como Cali. “Oh, caleña, son maravillosas, las mejores bailadoras de salsa, muy simpáticas además”, le comenté. Poco me faltó para cantarle el clásico de Pastor López y terminar de dibujar el lugar común pintoresco.

Se mostró más extrañado aun. Me dijo que la conoció cuando estaba parqueando en el hotel en Noordwijk, después de dejar a su jefe. Ella lo miró y él se entusiasmó a seguirla. Empezaron a charlar, la invitó a tomar una copa en el bar y luego quedaron de verse más tarde después del cierre del congreso en la habitación de él. “Imagínate mi suerte: habitación en hotel 5 estrellas y con qué compañía”. Gerard vivió una noche que lo dejó obsesionado con Andrea. Me contaba todo porque quería aprender más de la mentalidad de las colombianas. Me hizo sonreír su optimismo, como si los colombianos lo supiéramos mejor que él.

“Pero algo pasó por la mañana. Yo le estaba abriendo la puerta a mi jefe cuando ella salió y me saludó muy seca, como si nada hubiera pasado, casi como si ni me conociera. Como teníamos que regresar a Amsterdam, no pude hablar con ella y preguntarle si algo la había molestado”, me decía medio angustiado. “El caso es que no la he podido olvidar. La he llamado tres veces, he dejado mensajes y no me ha contestado ninguno. ¿Qué crees que pudo pasar?”.

“Gerard, sin conocerla no es mucho lo que te puedo decir, solamente especulaciones, que puede estar casada, que tiene novio, que no le gustaste como amante, que te quería dejar trabajando sin distracción, qué se yo”, aventuré a decirle. “Solo sé que me muero por verla otra vez, preciosas las colombianas”, dijo él y nos despedimos.

Llegué a casa, colgué los guantes, las bandas, las toallas en el balcón y me senté un rato a descansar. Me entró una llamada de AM, una amiga colombiana para contarme una historia divertidísima. “¿Te acuerdas de Andrea? Esa misma. Imagínate que estaba el fin de semana en un congreso de Philips y juró que se había levantado al vicepresidente de mercadeo, que estaba buenísimo. Cuando salió por la mañana al parqueadero descubrió que no era el vicepresidente de mercadeo sino el chofer del gerente, ¡¡qué oso!!”. Solamente en ese momento las dos Andreas hicieron sinapsis en mi cerebro para caer en cuenta de que se trataba de la misma.

A Andrea no la podía olvidar, no por una historia similar a la de Gerard o por lo buena que está, sino por un pequeño desencuentro que tuve con ella. La conocí en casa de AM y me contó cómo había llegado a Holanda, que era otra emigrante del amor, que se había enamorado de un holandés que resultó ser un tipo muy ordinario, sin ningún tipo de estudios. “Eso sí buena gente, pero no tiene ni siquiera modales para comer. Terminamos hace seis meses”. La moraleja de su historia era que de ahora en adelante solo quería relacionarse con profesionales. Le pregunté que si los futbolistas y timadores profesionales clasificaban en esa jerarquía. Le parecí un antipático y ya no hablamos más esa noche. Un poco más y creo que me habría hecho desempolvar el diploma de los Andes para despedirse de mí.

Pensé en ese encuentro fortuito entre Gerard y Andrea. Dos mundos tan diferentes que hasta me excusé por no haberla relacionado con la mujer de la aventura de Gerard. “Dile que ningún oso, que todos los conductores de Philips son profesionales del volante, hasta saben de boxeo y artes marciales, son unos escoltas expertos además”. Andrea como que no se recupera del trauma de haber estado con un chofer, por más buena persona que sea, ella, que había renunciado al downdating… Yo no me recuperaría del golpe de hacerle una revelación dramática a Gerard sobre los verdaderos motivos por los cuales ella no responde sus llamadas. No sé qué tan bien encajará un golpe cultural de estos él y prefiero no averiguarlo, que disfrute de su recuerdo incólume mejor. De pronto se anima a ir a Cali a conocer a una caleña sin prejuicios, de esas que tanto me gustan a mí también. Cantemos y bailemos: