El coleccionista

Conocí a Paul en unas vacaciones largas que me tomé en Cartagena. Era hijo de colombiana y francés. Un joven de 22 años bastante apuesto que aparece a cada rato en la publicidad impresa. Prepara además un cocktail sabrosísimo, el Paul Exclusive, una mezcla entre mojito y margarita con ginebra añeja Bols. Después de tres rondas empezamos lo que las feministas llamarían la típica charla entre machos: “¿Con cuántas mujeres de diferentes nacionalidades te has acostado tú, Daniel?”. La pregunta me tomó desprevenido, no esperaba encontrarme a un don Juan cosmopolita tan joven. Su clasificación me gustó más que la burda de un compañero del colegio, cuyo criterio era el tamaño de las tetas (grandes, medianas y pequeñas), y que con el tiempo cambió por el de nombres (2 Natalias, 5 Ana Marías, etc.). 

Paul interpretó mi divagación como un esfuerzo de sistematización de mi experiencia según su patrón. Entonces, mientras dejaba que mi chip sql funcionara en el trasfondo, respondió con gran orgullo: “Yo he estado con mujeres de 21 nacionalidades”. La cifra me sorprendió de nuevo, y ya de antemano sabía que mi árbol clasificatorio de nacionalidades si acaso tendría 3 ó 4 ramitas, porque claro, a continuación Paul empezó a detallar cuántas mujeres se desprendían de cada rama de su árbol: 1 rusa, 1 polaca, 5 canadienses, 7 alemanas, 5 gringas, 3 brasileras, etc. Como le llevo más de una década a Paul, tuvo cierta paciencia con mi silencio: se imaginaba que si a sus 22 años tenía un récord tan razonablemente impresionante, era perfectamente comprensible que una década más tarde ese árbol tendría tantas ramas que exigiría un alto grado de concentración abarcarlo en su totalidad. Mientras tanto yo pensaba que a él le encantaría el cultivo de bonsái.
“Bueno, ya, dime la respuesta, ¿o acaso son tantas que ya ni te acuerdas? Comprensible, si yo a mi edad ya llevo de veintiuna, me imagino que a la tuya debe ser ya casi medio mundo”. Siempre dispuesto a aprender, me sentí frente a un maestro de la globalización sexual. “Sí, Paul, los números escapan a mi cabeza”, “qué va, estás blofeando”. Nueva ronda de Paul Exclusive y tiempo de iniciar la clase: “Paul, para serte sincero, no creo que haya estado con mujeres de 5 ó 6 distintas nacionalidades”. La forma en que se irguió Paul era suficiente para saber que había logrado posicionarlo en la categoría de experto en el tema: ya no guardaría ningún secreto esa noche. “Dime, ¿cuáles son las diferencias entre, digamos, una polaca y una brasilera?” “Ah, pues que a la polaca le gusta más de frente y rápido y a la brasilera más meneadito y fuerte”. “¿Y qué es lo que las excita?” “¿…?” “Pues, me imagino que a una paisa le encantaría recibir flores, mientras que a una alemana en vacaciones esto la espantaría”, anoté yo, acudiendo a mi modesta experiencia.
Paul nunca se había planteado ese interrogante. Básicamente porque las viajeras de las 21 nacionalidades se lo levantaban por su belleza, sin que él tuviera que hacer mayor esfuerzo. Pero claro, a su edad, el dulce efebo estaba convencido de que él era el conquistador. La mirada de Paul me dio a entender que había descubierto un nuevo ítem para cada ramita de su árbol. Otro Paul Exclusive y sonó el timbre. Una noche gloriosa, sin duda: estábamos frente al nacimiento de una nueva rama en nuestros respectivos bonsáis: un par de mexicanas que había conocido en la playa esa tarde venía a degustar su ya famoso Paul Exclusive. “Creo que quieren un trío, porque se turnaban para besarme esta tarde”. No entré en detalles pero el mensaje era claro: mi pequeño bonsái no experimentaría el nacimiento de su rama mexicana esa noche. Sin embargo, como dicen los expertos de la Fórmula 1, la escudería pequeña (Minardi) vive de los residuos que deja la grande (Ferrari). Las dos mexicanas eran primas y algo de pudor les daba hacer un trío juntas. Así que la más joven, de escalofriantes (para mí) 16 años, inició una charla bastante agradable conmigo, mientras su prima mayor, de la edad de Paul, se perdía con él en algún rincón de la casa. Creo que ella estaba dispuesta a hacer crecer la rama colombiana en su bonsái, a como diera lugar, o al menos, a hacer un esfuerzo para minimizar los fieros de su prima en la mañana. Además, admitámoslo: un hombre sobre los 30 a esa edad también es un trofeo, así que mis acciones no estaban tan bajas tampoco. Mientras improvisaba un Paul Exclusive, ella me abrazó por la espalda y cuando me giré estaba completamente desnuda y me abrazó empinándose para darme un beso. Todo sucedió tan rápido, como un tsunami de deseo, que lo que más recuerdo fue el largo amanecer sorprendiéndome por esta belleza manita a mi lado, algo así como un Mustio Collado depuis la lettre.

Unos días después volví a encontrarme con Paul y le pregunté si había tenido noticias de las mexicanas, si de pronto podríamos verlas otra vez. “¿Las mexicanas? ¡Pero si esas fueron la semana pasada! ¿No me dirás que te acuerdas todavía de ellas? Pásate mejor esta noche y te presento un par de diosas argentinas que conocí ayer”. Fue entonces cuando me di cuenta de que Paul no está hecho (aún) para el cultivo de bonsái: las ramas de su árbol aumentan, pero no crecen.