La ciudad de K.

De visita en Praga seguí la guía de Kafka en la ciudad. Empecé por el parque Chotek, muy cerca de donde me estaba alojando. Muy bien cuidado, con trazos amables para los paseantes, vi una clase de Tai-Chi con 50 personas de todas las edades, guiados por un sabio maestro chino. ¿Cómo sé que era un sabio? Bastaba con verlo. Kafka visitaba este parque en sus caminatas, le gustaba también para ir a leer. Quizás fue aquí donde se inspiró para escribir La verdad sobre Sancho Panza (cuento mítico en esta humilde bitácora utópica): su hermana Ottla tenía en alquiler una casa en la entrada del parque en el complejo del Castillo de Praga, donde se sabe que Kafka escribía en las tardes y noches en 1917, año en el que nos regaló esa joya espiritual. Me pregunté si el sabio chino venía de los descendientes que despertaron el interés de Kafka por la sinología, a lo mejor, quién sabe…

Primera página de la "Carta al padre"

Primera página de la «Carta al padre»

Seguí al museo dedicado a él. Había leído sobre la exhibición permanente La ciudad de K. Franz Kafka y Praga, donde los curadores nos muestran esa relación simbiótica entre el autor y su ciudad. Lo que no esperaba era encontrar de entrada el manuscrito de su Carta al padre (1919), uno de los textos más brutales de la literatura europea. Sin ser calígrafo, me sorprendió el trazo formal con el que empezó a escribirla. Me recordó mis notas al padre de cuando era niño. También, que a pesar de su consabida pulcritud, se permitiera tachones en su manuscrito. El espacio entre las líneas contribuye a dicha formalidad, que contrasta con otras páginas de sus diarios, por ejemplo, que se encuentran también en exhibición. A mí me alteró por completo la visita al museo.

De ahí salí caminando hacia el hotel Intercontinental, donde antes quedaba la residencia de Kafka entre 1907 y 1913. Ahí escribió La condena, gran parte de América (incluyendo El carbonero) y La metamorfosis. Fue este espacio el que Nabokov, con sus dotes de entomólogo aficionado, diseccionó en sus estudios sobre el autor checo. En ese apartamento también escribió la mayor parte de la correspondencia de más de 500 cartas con Felice Bauer. Era tal su inspiración que llegó a escribirle hasta tres cartas al día.

También, según Elías Canetti, ahí empezó a gestarse una de sus obras más importantes, El proceso, en lo que él llamó El otro proceso de Kafka, todo el laberinto que recorrió en su ser para poder consumar su compromiso con Felice y que incumplió dos veces: ese fue su otro proceso. Empezó a escribirla en 1914, en su siguiente hogar ubicado a tres cuadras. De ahí tomé el metro para ir a visitar el Nuevo cementerio judío.

Hacia las profundidades del metro de Praga

Hacia las profundidades del metro de Praga

Un metro kafkiano (obviamente no podía faltar el adjetivo en esta entrada), porque es de gran profundidad: cuando lo tomé con L. me pidió que me hiciera delante de ella pues le daba un vértigo terrible, como si estuviera leyendo alguna de sus obras. Se construyó medio siglo después de su muerte y aun así su espíritu lo permea: todavía afectado por la impresión del manuscrito de su Carta al padre, cada escalón que descendíamos me hacía sentir la inmersión en el texto. Su tumba está junto a la de sus padres y la ausencia de sus hermanas en el mausoleo familiar nos recuerda que fallecieron en campos de concentración durante la Segunda Guerra.

Para cerrar el recorrido tomé rumbo a la casa de su amigo Max Brod, donde conoció a Felice Bauer la noche del 13 de agosto de 1912, un encuentro que según nos cuenta Canetti inspira el inicio de un período extraordinario: «son pocas las épocas que, en la vida de Kafka, puedan compararse con ésta», dice en El otro proceso de Kafka. Felice le dio el elan para crear varias de sus obras más significativas, la energía del hombre perdidamente enamorado.

Ya Kundera había advertido sobre la otra metamorfosis (después de la de Kafka) del centro de Praga en una gran plaza temática tomada por turistas. Es difícil en verdad conectarse con la ciudad que recorrió el escritor checo, quizás tan difícil como sería hacerlo hoy con la Bogotá fría que se encontró García Márquez recién llegado de la Costa Atlántica. Aun así, para quienes admiramos y disfrutamos su obra, Praga guarda aún sus huellas.

Curiosamente, de despedida, un joven argentino en la calle me dejó una sentencia antikafkiana: «¿Sabés lo que yo ya no tengo y me hace falta? La emoción de lo que va a venir mañana».