Pintando la pared

5 metros de ancho por 3 de alto. Una de tantas que me esperan el fin de semana.

I. Ejercicio mnemotécnico

Un sábado de marzo de 1995, barrio La Flora, en Bogotá. Con un grupo de vecinos voluntarios vamos a restaurar la Unidad Básica de Atención (UBA) del barrio. Somos 7 los encargados de pintar la fachada: 6 maestros de obra expertos y yo. Todo un día para tratar de aprender a pintar: el ojo implacable del maestro José es mi control de calidad: aprendo a leerlo más rápido que a pintar. Esa mirada es que está quedando parchudo, esa otra que le falta más pintura, esa otra es de compasión con el aprendiz, otra que dice que este hombre nunca va a aprender, hasta que más o menos nos vamos acercando a la de ya casi y al final del día una de así es.

II. Música, maestro

Algo que me ayude a concentrar en la tarea, que me dé un ritmo constante: Drumming, de Steve Reich. La música serial es exigente. Requiere precisión: el oído no perdona, igual que el ojo que detecta un pixel dañado en una pantalla. El más mínimo error puede tener un efecto dominó en la interpretación de toda la pieza. Cuenta un amigo violonchelista que siguió por radio la interpretación de Wispelwey de las 6 de Bach sin partitura: solamente cometió 2 errores en casi 2 horas de interpretación continua. A Reich lo escuché con su grupo interpretando la música para 18 músicos. Viaje perfecto. Empieza a fluir la pintura sobre la pared.

III. Espacio para la improvisación

La obra de juventud de Pärt, Reich, Glass está llena de estridencias, para mí. Es pesadísima, difícil de seguir. Escucho compositores que parecen en una búsqueda y se pegan contra la pared a cada instante. Pärt guardó un silencio creativo de 7 años, complicado por una úlcera o algo parecido; Glass huyó de la Julliard a París, donde Nadia Boulanger (qepd, la misma que le dijo al joven Astor Piazzolla que la música clásica no era lo suyo y lo lanzó a la exploración del Tango nuevo), en donde descubrió la escala de la música India de la mano de Ravi Shankar; Reich se fue de búsqueda por África e Indonesia y la percusión ya nunca lo dejó. La brocha trata de seguir el ritmo y se desprenden gotas de ella en descenso vertiginoso hacia el piso. Tiempo de improvisar. Veo la mano del pianista holandés que quiere participar en un Jam Session, la mano no se atreve, quiere, quiere, y no se atreve. Finalmente toca un acorde y es la cabeza la que sigue la improvisación. Pasan varios segundos, el pianista no se atreve. La brocha corre tras las gotas. Pasan varios segundos antes de que se levante.

IV. El látex espeso

¿Cómo va la vaina? ¿Por qué esos parches ahí? "El látex está muy espeso", contesta mi maestra de obra. Recuerdo a B: una vez escuchó en el radio que el 60% de los holandeses que están en un trancón piensan más en sexo que en buscar una alternativa al trancón, todo lo contrario de lo que hace la mayoría de los alemanes en la misma situación. Para no pensar en sexo, B. busca activamente soluciones a los trancones y ha descubierto cualquier cantidad de caminos que si bien no lo llevan más rápido que el trancón de la autopista, sí lo hacen sentir contento porque no estuvo pensando en algo sexual durante ese tiempo. Qué hago, no puedo evitar la respuesta: "Sí, conozco ese problema". M. nos cuenta a H. y a mí que le pidió usar látex a S. "al menos durante la primera semana". Mejor pedirle un examen reciente, me dijo H, qué diferencia hay entre un día y una semana. El progreso existe: "Voy a hacerlo más delgado", le digo a mi maestra de obra.

V. Fantasía

Veo un caracter chino enorme negro a la izquierda de la pared y varias líneas con caligrafía occidental. Mucho margen a los lados. Qué dicen, lo ignoro, o probablemente son la traducción de algún texto de Chuang-Tzu.

VI. Atención Monkey Mind

Zen master: uno con la pared y la pintura. Silencio. Concentración. El borde con el marco de madera. Ni una gota.

VII. Unión

Media pared.

VIII. Z de Zatoichi

La espada samurai destaza a su víctima. Un chorro de sangre inmenso. "Mierda", dice M. "No, soy yo". "¿Que qué?". Llamo al médico: "Huevón, ya le dije que use látex, usted no aprende, ¿no?", "¿Qué le digo?", "Dígale que usted era virgen hasta ese momento y que eso le pasa a los hombres en su primera vez". M. no suena convencida. Es bióloga. ¿O microbióloga? "Sí, mucho mejor", dice la maestra de obra, "había que adelgazarlo". Todo vuelve a fluir suavemente con el látex.

IX. Estonia

a.

Estudio de A. Fotógrafa, me va a arrendar su apartamento al lado de la Estación Central por 6 meses: código postal 1011ab, más central imposible. ¿Motivo del viaje? Recorrido fotográfico por los paisajes de Pärt. "¿Conoces Estonia?" He visto algunas fotos de Tallin. "Cuando escucho la música de Pärt —y hace un gesto de hada madrina sobre la pared blanca— puedo imaginarme a Estonia. Mira esos bosques, qué verde más profundo. Y la luz entre los árboles, las gotas de agua que se suspenden casi congeladas en el invierno (es de A. la idea de la gota que abre Tien Gulden). No conozco Estonia tampoco, pero puedo imaginarla. Con esta revelación, cierra A. la proyección de su imaginación sobre la pared.

b.

Una vez instalado descubro el motivo principal del viaje de A. a Estonia: van a empezar la construcción de la extensión de la línea 25 hacia Ijburg. Todo un curso de cómo se construyen islas artificiales. Lo más inolvidable, el golpe del martillo gigantesco sobre los pilotes… Ahí estaba cuando cayeron las Torres Gemelas.

X. Prueba de fuego

¿Quiubo, en qué anda? Aquí pintando la pared, ¿y ustedes? Vamos a ir al mexicano, véngase que le vamos a presentar a una amiga. Ni modo. Vénganse mejor y me dan una mano. ¿Viernes en la noche? No, qué pena. Dígale a ella que venga a ayudarme y le prometo celebración con velitas a la medianoche. No, que otro día. ¿Ya casi termino? No, siempre falta… bueno, ¿miércoles? (El partido de Federer si no me lo pierdo).

XI. Coro de gaviotas

Durante el verano, empiezan a graznar a las 5 de la mañana. Me recuerdan alguna obra de Stockhausen. Un vecino muy irritado trató de callarlas lanzando un volador. Después de que la mecha estalló se quedaron en completo silencio. Al rato, empezaron a graznar despavoridas. Pésima idea. Las veo volar en la playa de Harstenhoek, desafiando el viento del mar del Norte. O lanzándoles sus bombas químicas a los turistas en Scheveningen. Leía en la playa y una se acercó. No tenía nada para darle de comer, y aún así, algo llamaba su atención para picar: alguno de mis dedos de los pies. A 600 metros estaban todas sus compañeras. Imaginé que se iba a aventurar a picarme alguno de los dedos. Flashback de Los pájaros de Hitchcock. Decidí regresar a casa. A los dos días veo en el noticiero que algunas gaviotas estaban atacando palomas y personas en Leiden. Siento un gran alivio por no haberme quedado a averiguar si picaría mi dedo o no. Llegan algunas al balcón a ver la pared: ¿si pinto unas nubes se lanzarán a volar contra la pared? Veamos.

One Comment

  1. Vaya, y yo que pensaba que pintar era poner la mente en blanco, cuántas cosas pasan en ese proceso :-p

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