Como saben los utópicos lectores de esta bitácora, generalmente las teorías de la conspiración vienen en pares. He escrito dos entradas del Planeta Fútbol para aliviar la píldora de esta nueva teoría de conspiración, LA toma del Palacio de Justicia. Si ya la teoría de Las banderas falsas era difícil de asimilar, la del Palacio de Justicia es más dura aún. Preparémonos pues.
Hace 20 años, en La muerte anunciada, destacaba la toma de la espada de Bolívar y del Palacio de Justicia como ejemplos de la reconversión de los símbolos del poder en los que se fundamenta el Estado colombiano en aras del discurso y acción revolucionaria del M-19, una forma eficaz de nutrirse del imaginario político que aprende todo colombiano en la escuela para decirles que la tarea de independencia no estaba terminada. En este momento no sospechaba en absoluto del papel de Pablo Escobar en ambas acciones. Según cuenta su hijo en Pablo Escobar, mi padre, el M-19 le entregó la espada de Bolívar a Escobar, quien a su vez se la dio a su hijo Juan Pablo como un juguete más.
Según mi análisis, la toma de la espada cumplía un triple sentido simbólico:
1) Era la primera acción pública del grupo guerrillero y venía acompañada por una cita histórica de Camilo Torres: “General, Su país no está muerto mientras viva nuestra espada”; 2) Con la espada en su poder, el M-19 se proclamaba continuador histórico de la lucha de Bolívar, despojando al Estado del símbolo de la herencia bolivariana; y 3) El M-19 simbolizaba con todo este acto el intento por “salvar una nación entera a través de la salvación de su historia, llevándose una de las señales más fuertes de su pasado fuera del contexto ritual hecho por el Estado contemporáneo, y así dando al presente otro sentido político”. Y en toda esta transposición, “la fuente de la magia es la misma en ambos casos”, tanto en el contexto del pasado histórico del Estado como en el presente que fundaba el M-19.
Olga Behar, en Las guerras de la paz, citaba a un comandante del M-19 (probablemente Álvaro Fayad) diciendo:
¡Qué sensación tenerla, empuñarla! No es un arma vieja, tengo en mi mano la verdadera historia de nuestro país, una historia que queremos recomenzar…Se siente Bolívar al empuñar esa espada, se siente la presencia del Libertador se siente un inmenso compromiso.
Un inmenso compromiso que termina en las manos de Juan Pablo Escobar, de 8 años por entonces, quien incluso llega a perder la espada entre los miles de juguetes que tenía. Así narra el momento en que su padre le entregó la espada:
En la segunda semana de enero de 1986, de vacaciones en la hacienda Nápoles —se supone que estaba ocupada por orden del Gobierno—, yo pasaba por un costado de la piscina de la casa principal cuando me llamó mi papá, que estaba sentado detrás de una jaula donde se veían algunas aves exóticas. Me acerqué y me llamó la atención que tenía una espada entre los muslos.
—Grégory, venga le muestro una cosa. Camine, venga hijo.
—A ver, papi, ¿qué es lo que tienes ahí?
—La espada de nuestro libertador Simón Bolívar.
—¿Y qué vas a hacer?, ¿la vas a colgar en la Taberna con el resto de espadas? —pregunté sin darle la menor importancia.
—Se la voy a regalar, para que la ponga en su pieza. Cuídela que esa espada tiene mucha historia. Vaya pues, pero manéjela con cuidado. No se ponga a jugar por ahí con ella.
Faltaba un mes para cumplir nueve años y debo reconocer que el regalo de mi padre no me llamó la atención porque a esa edad prefería las motos y otros juguetes; pero bueno, dibujé la mejor sonrisa que pude y fui a ensayarla en los rastrojos.
La verdad es que la famosa espada del libertador Simón Bolívar resultó pesada, sin filo, y no cortaba los arbustos como yo quería. Los detalles que recuerdo de ese artefacto son vagos porque estaba rodeado de docenas de juguetes; así que guardé la espada en mi habitación en la hacienda Nápoles.
Con la espada de Bolívar ocurrió lo único que podía pasar con un adolescente que recibe un regalo como ese: que la espada terminó refundida por ahí, en alguna finca o apartamento. Le perdí el rastro porque no me importaba.
Es tragicómico recordar el episodio en el que el M-19 se comprometía a devolver la espada el 17 de diciembre (fecha de defunción de Bolívar) de 1990 y nada que podía hacerlo, le daba largas al asunto, llegó a reconocer públicamente que no sabía en dónde estaba la espada, publicó avisos en el periódico, todo el país pendiente de la devolución histórica y nada… hasta que el M-19 tuvo que ir a rogarle a Escobar que por favor les devolviera el regalo. Sigue Juan Pablo:
Hasta que cinco años después, a mediados de enero de 1991, llegaron ‘Otto’ y ‘Arete’ de parte de mi papá a pedirme que les devolviera la espada. De entrada me negué y les respondí que lo que se regalaba no se pedía. Pacientes, me pidieron que llamara a mi padre a preguntarle.
—Hijo, devuélvame la espada que tengo que entregársela a unos amigos que me la regalaron. La necesitan para devolverla como gesto de buena voluntad. ¿Dónde la tiene?
—Papá, déjeme voy a buscarla porque no me acuerdo dónde quedó. Pero sé que está por ahí. Ya me pongo a buscarla y entre hoy o mañana le aviso para que mande por ella.
—Listo, pero pilas pues que la necesito urgente. Ya ellos prometieron devolverla y no puedo hacer que queden mal.
De inmediato me puse a buscarla y mandé a mis escoltas en diferentes vehículos a recorrer las fincas, casas y apartamentos donde habíamos vivido.
Al día siguiente, los escoltas llegaron con la espada y ‘Otto’ que estaba con mi padre, quedó de recogerla de inmediato. Antes de entregarla pedí que me tomaran algunas fotografías, que resultaron bastante improvisadas. ofrezco disculpas por la actitud que asumí en ese momento y la falta de respeto hacia un símbolo tan importante de nuestra historia.
Mucho tiempo después había de entender la importancia de ese momento y por qué mi padre llamó en tono tan perentorio a pedir la devolución de la espada de Bolívar. El M-19 ya había entregado las armas y regresado a la vida civil y como acto de buena voluntad se había comprometido a restituir la espada.
Finalmente, el 31 de enero de 1991, Antonio Navarro Wolf y otros guerrilleros ya desmovilizados del M-19 devolvieron la espada en una ceremonia especial a la que asistió el entonces presidente César Gaviria.
El M-19 volvió a hacer gala de su histrionismo simbólico al entregarle la espada a los hijos de los comandantes muertos (Pizarro, Fayad, Marín y Bateman) para que ellos, el futuro del país, la depositaran en la urna de la que fue tomada. Antonio Navarro cerró la ceremonia diciendo que “los luchadores debían levantar los ojos y construir un nuevo futuro”. Varios miembros del M-19 gritaron que el movimiento no devolvió la espada, que fue Navarro quien la entregó de regreso. Si fue así, queda en la memoria histórica el gesto de Navarro de quitarle la espada de Bolívar al narcotráfico para devolvérsela al Estado colombiano. Sin este gesto, habríamos podido ver a Escobar defendiéndose en el techo con la espada de Bolívar y su Sig Sauer. Igual sería valioso que Navarro Wolff le explicara al país cómo terminó la espada de Bolívar como un juguete más de Juan Pablo Escobar.
La teoría conspirativa de LA toma del Palacio de Justicia necesita más preparación antes de enunciarla, trataré de ser breve. Básicamente, la toma por parte del M-19 se debió a lo que ellos consideraron que fue el incumplimiento de la Ley de Amnistía firmada por Belisario Betancur al comienzo de su mandato:
En 1985, el incumplimiento del respeto a la ley de amnistía por parte de las fuerzas militares, evidenciado a través del asesinato sistemático de miembros del M-19 combinado con la nula reforma agraria prometida en 1982 y la firma de acuerdos con el Fondo Monetario Internacional, llevan al M-19 a pensar en la posibilidad de hacer un juicio público a los miembros de la comisión de paz, con el Presidente a la cabeza, sobre la palabra comprometida no cumplida. Y el lugar tomado el 6 de Noviembre de 1985 para dicho juicio no podía tener mayor valor simbólico: El Palacio de Justicia, ubicado en la Plaza de Bolívar, centro del imaginario político de los colombianos.
Según Juan Pablo Escobar, así fue como su padre decidió financiar la toma del Palacio:
Finalmente, el 19 de junio de 1985, tres semanas después del atentado a Navarro, Carlos Pizarro, uno de los líderes y delegado del M-19 en la mesa de diálogo, anunció la ruptura de la tregua y el retorno a la confrontación armada.
Pocos días después, Iván Marino Ospina le contó a mi padre que Alvaro Fayad había propuesto en el seno del M-19 la toma pacífica de un edificio público para juzgar al presidente Betancur por incumplir los acuerdos suscritos con ellos. La primera opción que contemplaron fue el capitolio nacional, pero lo descartaron porque la sede del legislativo era demasiado grande y se necesitaba mucha gente para controlarlo militarmente. Luego de estudiar otras posibilidades coincidieron en el Palacio de Justicia porque su arquitectura era más cerrada y porque solo tenía dos entradas: la principal y el ingreso al sótano por el garaje.
Enterado de los detalles del plan, mi padre, acostumbrado a cazar todo tipo de pelea, vio una manera de obtener un beneficio y se ofreció a financiar buena parte del operativo porque sabía que los nueve magistrados de la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia avanzaban en el estudio de varias demandas interpuestas por abogados del gremio mafioso que buscaban tumbar el tratado suscrito con Estados Unidos. Cada narco por su lado presionaba a los magistrados con amenazas de muerte para forzarlos a derogar el acuerdo firmado en 1979.
[…]
Entre tanto, Elvencio Ruiz —el mismo guerrillero que habló con mi padre durante el secuestro de Martha Nieves Ochoa— fue nombrado jefe militar de la toma y se dedicó de lleno a entrenar el grupo que asaltaría el Palacio; al mismo tiempo, mi padre sostuvo varias reuniones con Iván Marino Ospina y con otros jefes del M-19 en una caleta cercana a la hacienda Nápoles para afinar los detalles de la ayuda militar y económica que les daría para ejecutar la toma, prevista inicialmente para el 17 de octubre de 1985.
Mi padre ya había decidido jugársela a fondo por el éxito de la operación porque él también podría obtener dividendos si los guerrilleros destruían los expedientes relacionados con la extradición —incluida la de él—, que cursaban en la Corte Suprema de Justicia. Por eso no dudó en darles un millón de dólares en efectivo y les ofreció una bonificación posterior por la desaparición de los expedientes. Pero no solo eso. Según contaron algunos de los hombres que acompañaron a mi padre en esos encuentros con el M-19, él propuso traer desde Nicaragua las armas que se necesitaran, sugirió ingresar por el sótano del edificio y dirigirse a la cafetería del edificio para empezar a ocuparlo piso por piso, aconsejó tener radios de comunicación dentro y fuera de la edificación para estar al tanto de lo que sucedía y propuso que los guerrilleros llevaran uniformes de la Defensa Civil para facilitar el plan de escape.
Sin embargo, el 28 de agosto de 1985, justo cuando el plan estaba en su etapa culminante, el M-19 sufrió un duro golpe cuando el Ejército dio muerte a Iván Marino Ospina en un enfrentamiento en su casa del barrio los Cristales de Cali. Mi padre lamentó la desaparición de un hombre al que consideraba un guerrero y llegó a pensar que la toma del Palacio de Justicia quedaría en suspenso. Todo lo contrario. El M-19 siguió adelante y con más decisión en su empeño de juzgar públicamente al presidente Betancur.
Por cuenta de un error de mi padre casi se echa a perder el complejo plan. En la primera semana de octubre le reveló a Héctor Roldán todos los detalles de la ocupación del Palacio de Justicia y este, amigo de importantes generales del Ejército, fue y les contó.
El M-19 tuvo que suspender la operación y todos sus integrantes debieron esconderse durante varios días porque el Ejército reforzó los patrullajes en inmediaciones de la plaza de Bolívar en Bogotá y la Policía se dio a la tarea de diseñar esquemas de seguridad para el edificio y los magistrados. Pero con el paso de los días y ante la aparente normalidad en el centro de la ciudad, las medidas de seguridad fueron desmontadas. Así, la toma del Palacio de Justicia quedó prevista nuevamente para el miércoles 6 de noviembre.
El ataque se produjo y se desencadenaron los lamentables resultados que todos conocemos. Durante los dos días que duró la toma del Palacio, mi padre estuvo en una caleta en el Magdalena Medio conocida como Las Mercedes.
‘Pinina’ me contó que mi padre se puso muy contento cuando vio que el edificio se había incendiado porque era obvio que los expedientes sobre la extradición quedarían destruidos.
Manuel Vicente Peña habló con justicia de las dos tomas del Palacio: la primera por guerrilleros del M-19 y la segunda por la fuerza pública del Estado colombiano. La teoría de la conspiración de LA toma del Palacio de Justicia funde las dos tomas identificadas por Peña en una sola, orquestada por Pablo Escobar, es decir, LA toma. Como me la contaron, esta teoría dice así:
A Pablo Escobar le interesaba muchísimo la destrucción de todos los archivos relacionados con él que tenían un salón propio en el Palacio de Justicia pues así quedaba sin sustento legal cualquier solicitud de extradición, de ahí que apoyara y financiara la toma que iba a hacer el M-19. Pero él siempre fue desconfiado: ¿cómo garantizar que el M-19 iba a destruir el archivo? ¿cómo le iba a explicar el M-19 al país que había destruido las pruebas contra Pablo Escobar? ¿cómo desligarse de la toma entonces? Escobar ideó un plan alternativo macabro: informar al Ejército de los planes del M-19 para que implementaran la estrategia de La ratonera, es decir, dejarlos que entraran al Palacio, encerrarlos como ratas y matarlos. Sería la demostración de que no es necesario dialogar con la guerrilla, que las fuerzas armadas están en capacidad de derrotarla. La retoma del Palacio garantizaría el fuego que terminaría por destruir todas las pruebas almacenadas contra él. Así pues, no hay que hablar de dos tomas sino de LA toma del Palacio por parte de Escobar, con el M-19 y el ejército colombiano trabajando sin querer o saber para él.
El primer capítulo del libro de Manuel Vicente Peña se titula La toma anunciada, donde relata con abundantes pruebas cómo el ejército sabía que el M-19 se iba a tomar el Palacio. ¿Lo más coherente no era aumentar las medidas de seguridad entonces? Así se hizo en un principio, hasta que la estrategia de la ratonera se impuso: sería la forma de darle el golpe final al M-19 y anotarse un gran triunfo ante el país. Las grabaciones que cita Peña no dejan lugar a dudas de que el plan era retomar a sangre y fuego el Palacio causando el mayor número de bajas del grupo guerrillero sin importar la vida de los demás.
El libro de Juan Pablo Escobar nos da la pista del emisario de Escobar que cumplió el papel de informar al Ejército de los planes del M-19, convencerlo de que era una oportunidad única para acabar con el grupo guerrillero y anotarse una victoria contundente: Héctor Roldán. Siguen quedando muchos interrogantes, entre ellos saber cómo se impuso la estrategia de la ratonera en lugar de la protección máxima del Palacio, por qué permitió en primer lugar que un grupo guerrillero se tomara el Palacio de Justicia y por qué escogió la opción de la retoma a sangre y fuego, a sabiendas de los costos que tendría para el país. Hasta entonces no sabremos si estamos ante una teoría de la conspiración más o un nuevo golpe brutal en la historia de Colombia. Treinta años después, la toma del Palacio de Justicia sigue siendo un episodio oscuro del cual las almas más inocentes preferirán decir que ya no recuerdan nada.
Las aguas estan tan turbias que no dejan ver el fondo del lago lleno de argucias, deslealtad y falsos compromisos. Escritos argumentados como el de este momento, ayudan a reafirmar ciertas sospechas sobre raras conductas de algunos mal llamados compatriotas.
Verdades ocultas muchas, investigaciones serias, como esta, pocas.