Después de la lectura de Sobre algunos temas en Baudelaire, un grupo de amigos creamos el Club del shock, dedicado a compartir entre nosotros experiencias chocantes. Nos hemos negado a transmitir estas experiencias en grupos de Whatsapp o de correo electrónico. Nos reunimos cada tanto guiados por la creencia de que el efecto del shock es más contundente si se comparte de viva voz… y con una cerveza y unas tapitas en la mesa.
Llegué tarde a la reunión por problemas técnicos con mi bicicleta y apenas pude escuchar un par de las experiencias narradas. B. estaba contando que cuando fue a recoger a su hijo S. al colegio, se encontró en el corredor a una niña llorando desconsolada. B. se acercó a preguntarle qué le pasaba. La niña aceptó el abrazo de B. y se calmó un poco. Luego la miró a los ojos y le dijo: “Es que ninguno de mis compañeritos cree que Dios creó los átomos, ¡ninguno! ¿Puedes creerlo?”. B. comprendió que no era el mejor momento para decirle que ella tampoco lo creía, comprendió que podría enviar a esta pobre niña a la dimensión desconocida. B. trató de explicarle que no todo el mundo cree que Dios haya creado los átomos, entre otras porque existe la pregunta de que si Dios creó todo, ¿en dónde estaba Dios para hacerlo si no había nada? La niña volvió a estremecerse: estaba recibiendo la descarga de un nuevo shock, si bien en este caso B. había tenido el tacto de introducir una pregunta, una inquietud, en la conciencia de la niña, una semilla que le sugería que las cosas podrían ser de otra manera.
A. recordó a monseñor Georges Lemaître, el físico y astrónomo belga tan cercano a la teoría del shock. Si bien Lemaître fue consagrado monseñor por el papa Juan XXIII, era partidario de no mezclar ciencia y religión. Fue así como logró convivir de manera armónica con sus creencias religiosas y sus estudios científicos, el más célebre de ellos la teoría de la expansión del universo (que choca de frente con el Creacionismo). “Es un desacierto de los padres mezclar ciencia con religión de esta manera”, concluyó A. Todos recordamos a D., que a propósito de Lemaître sostenía que la teoría del Big Bang no era más que un concepto derivado del shock iluminado por Baudelaire.
Después de excusarme por mi demora, comenté que quizás había encontrado un nexo bonito entre la historia de la señora Calment y la película My Old Lady, de Israel Horovitz. De hecho se hace referencia a su historia en la película:
En 1965, a los 90 años y sin herederos naturales, Calment firmó un acuerdo para vender su antiguo apartamento con reserva de usufructo vitalicio al abogado André-François Raffray, de entonces 47 años, mediante un contrato de contingencia por el que le otorgaba un pago mensual hasta su muerte. A pesar de que accedió a pagar una suma mensual de 2 500 francos hasta que Calment muriera, Raffray nunca creyó que Calment viviría 122 años y terminó pagándole aproximadamente más de $180 000, cifra que equivalía al doble del valor del apartamento. Después de su muerte a los 77 años víctima de cáncer en 1995, su viuda continuó el pago hasta el deceso de Calment.
Horovitz exploró el shock humorístico, irónico si se prefiere, de la historia de Mme. Calment y logró darle un giro muy bello con algunos guiños al espectador: la protagonista de la película tiene 92 años (si bien por vanidad siempre quita dos: dice que tiene 90, los mismos de Calment cuando firmó el contrato con Raffray) y que Mathias Gold (el personaje que representaría a Raffray) deberá pagarle 2.400 euros mensuales, cifra cercana a los 2.500 del contrato original.
M. aprovechó para recordar ese pasaje del texto de Benjamin que diferencia la información de la narración: “Almodóvar ha reconocido ampliamente que parte de su tarea creativa es recortar noticias de prensa que le han causado un shock y gracias a su talento narrativo logra crear sus obras a partir de este. Lo que demostraría que la teoría del Big Bang es un mero reflejo de la teoría del shock como origen de la creación y que es una explicación que está limitada por las capacidades cognitivas del ser humano. La realidad bien puede ser otra”. Me iba dando un shock la explicación de M., nos iba dejando a todos en silencio. Comenté que la película me parecía que era otra obra de teatro llevada al cine y logré confirmarlo leyendo una entrevista con Horowitz en la que le preguntaban si había sido difícil adaptar el guión de la obra al cine. Entra esta película entonces a la colección de Teatro en el cine, que siempre es un placer revisitar.
S. comentó los avances sobre su investigación de los orígenes del shock, pues a todos nos dejó en shock saber que la palabra en sí tiene orígenes medievales. ¿Cómo no la describieron los griegos antes? La tragedia griega está plagada de shocks, baste recordar el de Edipo cuando descubrió su trágico destino. S. nos dijo que andaba encarretada investigando el nexo entre el shock y la epifanía, que según ella era el lado amable del shock, pero que igual parecía ser un fenómeno sin nombre hasta el siglo XIV. "No es de sorprender, pues por ejemplo, ¿cuánto tuvo que esperar la humanidad para que García Márquez le diera nombre a la muerte anunciada?".
Nos estábamos poniendo muy serios y B. nos invitó a cerrar la reunión del club viendo un video en su tableta con múltiples variaciones del mismo shock, acompañados por otra ronda de cerveza, y luego nos fuimos a jugar billar: