Wahira. Brindis con Sófocles

Acabo de terminar de leer Pablo Escobar, mi padre, de Sebastián Marroquín, y me quedé pensando en Sófocles: cuánto le hubiera fascinado esta tragedia. La historia de un hombre común y corriente que se transforma en el cruento enemigo público número uno del Estado contada desde la perspectiva de su hijo.

El libro se abre con una declaración de principios: la denuncia de que la familia de Pablo Escobar (su madre Hermilda, su hermano mayor Roberto y sus hermanas) lo traicionó. No solo eso sino que además se apropió de la fortuna que les dejó a sus hijos. Marroquín:

De los hombres de mi padre que sobrevivieron después de su muerte, puedo decir con certeza que solo uno ha sido leal. De los demás únicamente observé ingratitud y codicia.

Lealtad, gratitud, generosidad. Estos valores, más el amor, son el elán del relato de Marroquín. Como Antígona, él se ve en la disyuntiva de conservar esos valores ante su padre, el enemigo público número uno, y la necesidad de dejar un testimonio en el cual se separa de toda su maldad. Resulta inevitable pensar en el título del libro de Virginia Vallejo, Amando a Pablo, odiando a Escobar. Marroquín cierra el libro con una dedicatoria (llamada agradecimiento) que también concilia estos dos polos: A mi padre, que me mostró el camino que no hay que recorrer.

Vi en el marco del Idfa Pecados de mi padre. Salí con un sinsabor por la imagen que daban de Escobar, empezando por el título mismo: los actos que él cometió fueron más que pecados, fueron crímenes que lo han entronado en la historia de los terroristas más sanguinarios conocidos por la humanidad. Pensé durante el documental que si se mostraran todos los crímenes de Escobar sencillamente las salas estarían vacías a la mitad del mismo: ningún estómago sano puede con tanta crueldad.

¿Cómo puede Marroquín renunciar a esos valores con los que nació, cómo ser desleal e ingrato con su padre, como lo hicieron sus amigos y familiares? La conclusión del libro es que es un desgarramiento imposible. El testimonio de la esposa de Escobar sería muy similar: lo acompañó hasta el final, hasta que la muerte los separó. Marroquín corrió con la misma fortuna: su esposa Andrea lo ha acompañado fiel, leal y firme por más de 23 años.

Desde esa perspectiva se puede comprender entonces que se quiera maquillar si se quiere el verdadero estatus de Escobar: se resalta mucho que fue el narcotraficante más grande que existió, con todo el poder y excesos asociados, para poner a la sombra de esta carrera el sanguinario enfrentamiento con el Estado y la sociedad colombianas, donde fallecieron miles de inocentes.

Esta distorsión de la realidad se ve desde la misma declaración de principios: ¿por qué la madre, el hermano mayor y las hermanas deberían permanecer leales al criminal homicida y sanguinario de su hijo y hermano? No sabremos en qué punto dijeron basta, ya es suficiente, hasta aquí llegamos, y decidieron cortar con él. Al hijo que ama incondicionalmente a su padre le resulta inaceptable, imperdonable y hasta incomprensible que haya podido más la sensatez (llamada traición por él) que la lealtad de sus familiares.

Sebastián recuerda también su desafortunada primera reacción cuando se enteró de que su padre había sido dado de baja:

Nosotros no queremos hablar en estos momentos. Pero eso sí, al que lo mató, yo solo voy a matar a esos hijueputas, yo solo los mato a esos malparidos.

Colgué el teléfono y lloré desconsolado. Todos lloramos. Mentalmente me aislé y empecé a visualizar los pasos que habría que dar para cumplir mi amenaza. El deseo de venganza era inmenso.

Por 10 minutos Juan Pablo Escobar Henao representó la secuela de Pablo Escobar, el heredero que vengaría su memoria. Luego tuvo una epifanía que cambiaría el curso de su destino:

Pero llegó un momento de reflexión que habría de ser providencial porque frente a mí aparecieron dos caminos: convertirme en una versión más letal de mi padre o dejar de lado para siempre el mal ejemplo de él. En ese instante me vinieron a la mente los muchos momentos de depresión y aburrimiento que vivimos con mi padre cuando nos ocultábamos en las caletas. Entonces pensé que no podía tomar el camino que muchas veces le critiqué.

Un momento que rompe la tradición de la tragedia griega: el héroe descubre que puede cambiar su destino. Una reflexión similar fue la que llevó a los hermanos Rodríguez Orejuela a entregarse a la justicia estadounidense, a cambio, entre otras, de la tranquilidad para sus familiares.

Esa primera declaración de venganza de Juan Pablo Escobar fue la que motivó que los Pepes desmantelaran por completo el Cartel de Medellín, se apropiaran de todos sus bienes y lo sentenciaran a muerte. El capítulo 3 del libro, La paz con los carteles, es francamente impresionante: no hay película de Hollywood, desde El Padrino para abajo, que se aproxime a lo ahí narrado.

La paz con los carteles se sella con la renuncia de Juan Pablo Escobar a vengar la muerte de su padre y su partida al ostracismo, y la segunda oportunidad que le dan los Pepes para seguir viviendo fuera del narcotráfico y el traqueteo:

—Señores, vine aquí porque quiero decirles que no tengo ninguna intención de vengar la muerte de mi papá; lo que quiero hacer y ustedes lo saben, es irme del país para educarme y tener otras posibilidades diferentes a las que hay acá; mi intención no es quedarme en Colombia, para no molestar a nadie, pero me siento imposibilitado de lograrlo porque hemos agotado todas las opciones para encontrar una salida. Tengo muy claro que si quiero vivir debo irme.

—Pelao, lo que debe tener claro es no meterse al ‘traqueteo’ ni con combos o cosas raras; entiendo lo que usted pueda sentir, pero tiene que saber y aquí todos lo sabemos, que un toro como su papá nunca más volverá a nacer –intervino Santacruz.

[…]

La intensa conversación y la transparencia de mis dichos debieron surtir efecto porque de un momento a otro cambió el tono duro e hiriente de Miguel Rodríguez, que volvió a ejercer de juez.

—Señora [hablándole a Victoria Henao]. Hemos decidido que le vamos a dar una oportunidad a su hijo. Entendemos que es un niño y debe seguir siendo eso. Usted nos responde con su vida por sus actos de ahora en adelante. Tiene que prometer que no lo va a dejar salir del camino. Les vamos a dejar los edificios para que se defiendan con ellos. Vamos a ayudar a que los recuperen. Para eso habrá que colaborar también con plata para las campañas presidenciales [la de Ernesto Samper Pizano]. A cualquiera que gane le pedimos que les ayude, pues les vamos a decir que ustedes colaboraron con sus causas.

 

Escalofriante. Después de ver Breaking Bad pensé que era una versión superligera de la vida de Escobar, ahora pienso que es un tímido reflejo.

Capítulo aparte merece el papel del poder político en toda esta historia. Sobre la corrupción desmedida, la aquiescencia con los narcotraficantes, el fortalecimiento de los paramilitares, aún falta mucho por descubrir. De hecho este es uno de los aspectos más terroríficos del libro: Sebastián Marroquín nos da un esbozo de toda la podredumbre que desconocemos todavía. Al fin y al cabo ya lo había dicho R. H. Moreno-Durán: En Colombia la política es tan nociva que corrompió hasta el mismo narcotráfico. La tragedia se cierra cuando el hijo que quiso vengar la muerte de su padre descubre que al verse rodeado por sus enemigos fue el mismo Escobar quien se mató al final con un balazo en el oído derecho. Sófocles se perdió una gran historia.

Cantemos la Wahira, pues como dice Sebastián Marroquín, no hay plazo que no se cumpla: