Una de las etiquetas de Twitter que más me simpatizan es #YoViJugarALeoMessi, en especial porque representa el sentido de que se está haciendo historia en tiempo real. No sabemos qué dirán los libros de historia en 20, 30 o 50 años, pero con seguridad en el apartado del fútbol Leo Messi estará ahí, entre los grandes, y tenemos la fortuna de ver cómo se entroniza en la historia junto al Barça, pues como dijo al terminar la final del mundialito de clubes: “esto confirma que somos el mejor equipo del mundo”. Messi tuvo incluso el gesto de deportividad de disculparse, sin necesidad alguna, de anotarle un gol a River Plate. También recibió con gracia ser el segundo mejor jugador del torneo después de Luis Suárez, con una sonrisa que no le vimos cuando pasó a recoger el trofeo en el pasado mundial de Brasil.
Horas después el Real Madrid aparecía ya sin el escudo de club campeón del mundo a enfrentarse con el Rayo Vallecano. Como dirían los españoles, el partido tenía morbo porque como bien lo detectaba Paco Jemez el Madrid está sangrando. Jemez entró al Bernabeu dispuesto a hacer historia, a convertirse en el empalador de Rafa Benítez. A los 15 minutos de juego el partido iba 1-2, alcanzaron a escucharse silbidos y aparecieron pañuelos blancos en las gradas del estadio, hasta que Tito cometió un error de novato que cambió el trascurso del partido por completo. El Rayo terminó jugando con 9 hombres y el Madrid con necesidad de autoafirmación no supo hacer nada mejor que aplastarlo 10-2. Una humillación francamente antideportiva. Hasta la prensa deportiva madrileña así lo destacó: una goleada engañosa. Donde el árbitro no hubiese sido tan estricto con las tarjetas rojas la historia habría sido otra; esto lo sabemos todos.
En su larguísimo documental, Cristiano Ronaldo dice que ganar lo es todo para él. Un pensamiento que comparte Rafa Benítez. Ni sombra de la belleza suprema del deporte, la deportividad, la gracia del carácter para practicar la disciplina sin importar el triunfo o la derrota, para mantener la compostura sin importar el resultado. Es la belleza del gesto de Messi después de anotar su gol contra River Plate, gesto que nunca apareció en los 9 goles que con inferioridad numérica le endosó el Madrid al Rayo. En su rueda de prensa Paco Jemez se cuidó en destacar que los diez goles los podían encajar, lo que no se podía asumir eran las circunstancias extradeportivas (léase, el árbitro) que le hicieron mucho daño a su equipo. Hoy todos somos perdedores, dijo con bastante acierto. Pero hay que tener cierta ética deportiva para comprenderlo así.
Como esta es una bitácora personal quiero compartir dos anécdotas con niños. La primera con S., que me invitó a verlo participar en un torneo de judo donde tenía todas las opciones de ganar muchas medallas; a sus casi ocho años era el mejor entre sus compañeros. No contaba con que su entrenador había decidido darle una lección de humildad ese día y lo inscribió en una categoría superior, donde competiría con niños mayores que él y con un pelín más de experiencia, para que no se sintiera tan sobrado y rey del mambo con sus compañeritos.
Como era de esperarse, S. fue derrotado ronda tras ronda. En un momento dado lo perdí de vista y me puse a buscarlo. Lo encontré sentado detrás de un sofá llorando. Le dije que no había nada malo en perder, que lo había dado todo y que se podía ver su potencial para el deporte, solo que los otros niños tenían más práctica y por eso lo habían derrotado. Me respondió entre lágrimas que lo que él quería ese día era regalarme una medalla de oro y que no la había podido conseguir. Lo abracé muy fuerte y le dije que el mejor regalo que me podía hacer era levantarse y seguir compitiendo. Le pedí que me mirara a los ojos y le repetí: “De verdad”. Salió corriendo a competir de nuevo, y aunque volvió a perder, al final de la tarde se sentía muy orgulloso de que siempre se había levantado. Me quedé sin la medalla de oro, pero me regaló algo mucho más hermoso ese día.
La otra anécdota es con mi sobrinita. Desesperada por haber perdido varias rondas de juego conmigo se puso a llorar: “Es que tú siempre ganas”. Le dije que si había algo más bello que ganar era saber perder, que se necesitaba mucha fuerza interior para extenderle la mano al oponente y decirle con una sonrisa: “Felicitaciones, muy bien ganado”. De nuevo apareció la magia con los niños: había descubierto un terreno en el que podía ganar siempre, en el de asumir con gracia la derrota. Ahora extiende con una sonrisa la mano hacia su oponente y le dice: “Felicitaciones, muy bien ganado”. Tanto que me temo que le va a perder el gusto a ganar. Tuve que decirle que también había mucha fuerza interior en saber ganar sin sentirse más que el rival, entonces ahora gana por partida doble.
Una de las mejores anécdotas del mundial de rugby pasado en Inglaterra fue la solicitud del equipo de Uruguay de que se celebrara el tercer tiempo. Jugué durante muchos años baloncesto en mi barrio de juventud y nunca celebramos un tercer tiempo; siempre jugamos hasta quedar exhaustos y después cada uno se iba para su casa. Solo cuando nos reunimos a jugar una versión improvisada de Ultimate con amigos y amigas celebrábamos el tercer tiempo, que era una fiesta total porque no importaba quién había perdido o ganado, lo importante era que nos habíamos divertido. El tercer tiempo entre Gales y Uruguay en el mundial pasado es una bellísima crónica utópica, de esas que crean recuerdos memorables en el corazón de las personas y que tan lejos están de un 10-2 jugando 12 contra 9. Los uruguayos perdieron todos sus partidos por goleada, pero nadie les quitó la sonrisa en el tercer tiempo. Al final, el problema es qué se entiende por ganar.