XIII

Alejandro amaneció otra vez mal y estamos casi sin provisiones. Le pregunté si le parecía bien que fuera a abastecernos con los campesinos de la región, si me podría esperar. Descendí lo más rápido posible. Al acercarme a una casa, todos los campesinos corrieron y se encerraron en ella. Golpeé en la puerta y empecé a escuchar el llanto de un bebé y niños llorando. No sabía si el papá o la mamá les estaban pegando. Golpeé de nuevo, y empecé a escuchar Padre Nuestros y otros rezos, «Dios mío, no dejes que nos pase nada». A pesar de que insistí que no era ningún ladrón, simplemente un visitante amigo, no quisieron abrirme. Tomé unas cuantas papas, unas zanahorias, un tanque de leche y llené con agua mi cantimplora. De regreso al campamento le conté a Alejandro la historia mientras pelaba las papas y las zanahorias. Apenas alcanzó a reírse un poco y me aconsejó que mañana fuera envuelto en la cobija de alpaca, para camuflarme de local. Sigue en general bastante débil aunque con buen ánimo. Mañana iré a buscar asistencia médica en la vereda de Pascua, que queda a 5 horas. Quería salir a las 4am, pero ya la batería del reloj también se ha descargado. Lo haré con la primera luz del amanecer.