Faction Sketches

Desde que llegué de Andalucía ando con una alergia extraña que hoy me ha impedido ir a trabajar. Es un buen momento para permitirme uno que otro divertimento. Por ejemplo –y continuando mis estudios sobre el faction—me puse al día con la historia de María Victoria Álvarez Martín (que está como diría el Toni de Sofía Vergara) y Jordi Pujol Ferrusola. Le atribuyo de entrada a la alergia esta serie de digresiones:

1.

Conocí en Barcelona el silencio.

Dejo esa frase sola porque me parece que salió como un verso bonito. En realidad más que conocer, me reencontré en Barcelona con el silencio.

Mayo de 2001. Contexto: una amiga fotógrafa me contó que una amiga y colega suya se iba para Estonia a hacer una serie sobre los paisajes de infancia y juventud de Arvo Pärt. Dejaba en arriendo su apartamento-estudio por un año, que si me interesaba. Le respondí que tanto su amiga como la casa-estudio. Nos conocimos y hoy somos buenos amigos. Arrendé su casa, sin saber el verdadero motivo de su viaje: la alcaldía empezaba la construcción de la vía hacia IJburg, la ciudad del futuro como la llamó Discovery Channel, y esto implicaba asentar pilotes todos los días, durante casi un año, frente a su edificio.

El sitio era maravilloso. Estaba ubicado en la cuadra siguiente a la Estación Central. Cuando en mi trabajo di mi nueva dirección, la secretaria que conocía casi todos los códigos postales de Holanda, me dijo: “¿1011 AB? Más central no puedes estar”. El 1011 AA le pertenece a toda la manzana de la Estación Central. Subimos al estudio y nos asomamos a la terraza que da hacia la ciudad: me ilusioné como un niño cuando empecé a ver los trenes entrar y salir de la Estación. Tengo una serie de fotos perdida donde simulo el efecto óptico de estar tomándolos con la mano. Luego caminamos al balcón principal, donde tenía una vista perfecta sobre el IJ y podía ver a los grandes cruceros llegar al puerto de la ciudad. Había encontrado el sitio perfecto, pensé, lástima que solo sea por un año.

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Divertimentos (¡oh, perdón!)

Tengo dificultades para escribir este texto, un problema de aproximación y enfoque. La imagen que acude a ayudarme es la de una tía de un amigo que cuando llegó a los 70 no podía controlar sus flatulencias. Si se reía mucho, se le escapaba un pedo. Ella aprendió a vivir con mucha gracia con este problema: cuando le sucedía, ponía ojos de sorprendida, se llevaba la mano a la boca, decía “¡Oh! ¡Perdón!”, y se reía de sí misma. Todos nos reíamos con ella. Por fortuna no era nada tóxico que nos obligara a desocupar el salón –y pensar que cuando se es joven la primera preocupación narcisista con la edad es la aparición de la primera cana, ese copito de las nieves del tiempo a las que les cantara Gardel.

Otra imagen fue el shock que me dio saber que Pau Casals había rescatado las Suites para cello solo de Bach (BWV 1007-1012) del olvido, pues llegó un momento en que la gente ya no escuchaba a Bach, creo recordar que incluso murió en el olvido. En ese momento pensé que era como que García Márquez muriera en el olvido. A quienes nos apasiona la historiografía estos son fenómenos muy llamativos, pues una cosa es contar el pasado, otra saber detectar los vectores y las fuerzas que mueven el presente, los que le darán forma al futuro: ¿cómo se hace invisible en el presente un inmortal como Bach?

Otra imagen es el deseo de eternidad (que no de inmortalidad), de que las cosas buenas duren siempre. Por ejemplo, a quienes nos gustó mucho Midnight in Paris casi que podemos decir con exactitud el momento en que sentimos que no queríamos que se acabara la película. Como esas películas que se viven en la vida cotidiana, esos momentos que no queremos que se acaben nunca.

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Neblina

Esta mañana se accidentaron 150 autos en Zeeland, un choque masivo a causa de la niebla. Recordé a Philip Glass. Una pregunta que me visita con frecuencia es cómo se compone la música. En un concierto en el norte del país, en Groningen, Philip Glass contó que su proceso creativo se parecía mucho al camino en auto desde Amsterdam hasta Groningen: hay una tupida niebla al principio que luego se va abriendo para que aparezca la melodía. Según esta visión, el accidente de hoy fue puro Heavy Metal o una obra de Stockhausen.

Curiosamente llevo dos noches seguidas soñando con canciones que nunca había escuchado. Anteayer caí en cuenta, en pleno sueño, de que era una canción nueva y traté de concentrarme para recordarla en la mañana. No lo logré. Anoche soñé que Benny Moré cantaba un son de composición mía, una canción original que nunca le había escuchado antes. Por esas bromas del inconsciente, tampoco la recordé, solo la emoción de haber escuchado a Benny Moré en vivo.

Recordé entonces al Joe Arroyo. Él no sabía leer música. Cuando la melodía le llegaba, él la iba cantando y le decía a sus músicos qué deberían tocar. Si ya es alucinante que grandes músicos no leían o leen música, lo es más aún un compositor que tampoco lo sabe hacer y aún así logra hacer realidad sus composiciones. Pienso que la respuesta que mi inconsciente me sugiere es que la música nace así, en un momento de inspiración como una semilla.

Disfrutemos del Benny:

Y de una de esas delicias compuestas a oído del Joe:

Reciclaje

Conocí hace algunos años a una pareja de médicos pensionados que pasaban sus días en un apartamento forrado de libros. Ellos y los cactus eran la pasión de él. De ella, el piano. Tenía un Bösendorfer 170 y todos los días interpretaba a Bach. Le aprendí una frase que también es uno de mis mottos: Geen dag zonder Bach. Ni un día sin Bach. Conocía muy bien El clave bien temperado, y más de una vez interpretó alguna variación Goldberg para complacerme. Un día le llevé la grabación de las Variaciones de Andras Schiff. Al poco tiempo me dijo que le había quitado el primer lugar en sus preferencias a Rosalyn Tureck, que era su modelo de interpretación hasta entonces.

Él falleció de un infarto hace 3 años. Cuando fui a visitarla a ella para ofrecerle mis condolencias, me enteré de que no vivían en esa casa, sino en otra dos casas más allá en el mismo conjunto. Ella me dijo que timbrara en el número 808, no en el 802. “Pasábamos las tardes allá porque a él le gustaba estar rodeado por sus libros y sus cactus; yo no quería vivir en una biblioteca y optamos por tener dos casas, por las noches regresábamos a esta”. Me llevó a la 802 a preguntarme si de pronto había algún libro que me interesara guardar.

La gran mayoría era de medicina. Ella los estaba guardando en cajas. Le pregunté qué iba a hacer con ellos: “Reciclarlos. Se los ofrecí a varias bibliotecas universitarias y me dijeron que eran muy antiguos y no les interesaban, que quizás podrían interesarle a la Biblioteca Real para documentar la historia de la medicina. De allá revisaron el catálogo y me dijeron que los tenían todos. Quise llevarlos a la librería de segunda mano y me dijeron que no podían recibirlos, ni siquiera gratis. Ahora no queda más remedio que venderlos para reciclarlos. Me darán diez euros por cada caja. 1.800 euros en total que donaré a la iglesia. Luego arreglaré y alquilaré la casa”. Mejor suerte corrió su colección de cactus, que encontró refugio en un jardín botánico.

Entendí que ella quería que guardara un recuerdo de él a través de uno de sus queridos libros. Escogí Het Martyrium, la primera novela de Elías Canetti; toda la situación recordaba en algo a Peter Kien. Con un toque ambientalista del siglo XXI, esta biblioteca no terminaba incinerada sino reciclada. Como recién leí que le sucedió a la biblioteca de Julio Mario Santo Domingo Braga, no reciclada sino donada a Harvard.

Miro mi biblioteca y me pregunto qué destino tendrá cuando yo ya no esté. Por supuesto jamás lo sabré, solo deseo que encuentre otros ojos que la disfruten y que no termine en el camión de reciclaje.

Pasemos a algo mucho más amable:

Duende. Orígenes del minotauro, 2.

Regresé a la cabaña con los últimos rayos del atardecer. No llevaba conmigo el kit para andar en bicicleta de noche y esto me inquietaba un poco, a pesar de que no había mucho tráfico. Fue una motivación extra para apurar el paso. Salté de inmediato a la ducha, luego descansé en la cama un rato. Empezó a emocionarme la idea de ir al toque flamenco más tarde.

Programé el navegador y me fui camino a Roquetas de Mar, al tablao flamenco La Soleá. Ese nombre que lo hermana con el parkway de La Soledad tan querido y ese canto compuesto por Hugo Gonzáles e inmortalizado por Maelo:

Y que un momento inesperado de la vida
yo de nuevo experimenté
Mari Belén, la soledad.

Ese bien tan escaso en la sociedad hiperconectada de hoy en día. Me gusta viajar solo y acompañado por Andalucía. Cuando le pregunté a un gitano por qué la soleá se experimentaba como un desgarro, me dijo que la soleá venía de una cantaora que se llamaba Soledad y así se expresaba, no por falta de compañía, “porque la Soleá siempre tocaba mu’bié acompañá, los mejores guitarristas la acompañaron toa su vida”.

No había mucha gente en el tablao, probablemente el partido de la Supercopa se había llevado a los clientes, pero como diría un amigo, quedábamos la línea dura, firme, de los amantes del flamenco.

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