De paseo el año pasado por Bogotá tuve una especie de ataque de pánico: caminaba por Chapinero haciendo un recorrido de la nostalgia y ya no existían varias de las librerías que antes visitaba: la Buchholz, Arcadia, Alejandría, Enviado Especial… fui corriendo a Oma para descubrir que era ahora un café restaurante y que la bella librería diseñada por Salmona la ocupaba una tienda de tacos mexicanos o algo parecido. La librería de la 85 con 15 se había metamorfoseado en licorera. Igual me pasó con varias tiendas de música: sentí pánico, que me asfixiaba, ¿qué sería de Bogotá sin librerías ni tiendas buenas de música? Corrí a Biblos y fue mi salvavidas en ese momento. Después llamé a amigos a que me contaran en dónde estaban comprando libros y gracias a su afecto conocí varias librerías nuevas. Con la música no tuve tanta suerte, las tiendas tienen en general un inventario muy limitado.
El fenómeno es global. El placer de visitar Borders en NYC se acabó. Las librerías van desapareciendo a cuentagotas. Ayer sentí el dolor que produce cada una de esas gotas, solo que está a punto de caer LA gota: la cadena de librerías Selexyz está al borde de la bancarrota. Corre peligro entonces la librería más bella del mundo: Selexyz Dominicanen en Maastricht.