Antídoto

Siempre he pensado que el cuento La verdad sobre Sancho Panza, de Kafka, es la mejor definición de literatura que conozco. Pero esta belleza de Antonio Muñoz Molina se le acerca bastante:

Tal vez la literatura, que se basa no en la creencia, sino en la suspensión transitoria de la incredulidad, nació como un antídoto contra las abrumadoras ficciones colectivas, como un recordatorio de la conciencia solitaria y del mundo real que esas ficciones usurpan.

Vergüenza nacional (y el origen de los utopistas)

Anoche conocí a una joven mexicana que me hizo una pregunta totalmente inesperada: “¿Alguna vez te has sentido avergonzado de ser colombiano?”. Le respondí espontáneamente que jamás y le pregunté que si a ella le había pasado, cosa que me sorprendería en gente tan nacionalista como la mexicana. Me respondió que sí, que sin querer sonar como una feminista extrema, el machismo la hacía avergonzarse de su país. “Ese machismo responsable de los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez y de las vendettas entre bandas de narcotraficantes en todo el país".

Le comenté que había varias cosas en Colombia de las cuales me avergonzaba, pero de ahí a renegar de ser colombiano mediaba una gran distancia. “Si tú conocieras a quien llaman en mi país El gran colombiano estarías más que avergonzada”. Ella muy seria continuó: “Lo nuestro no es de una persona. Es un problema tan arraigado en nuestra cultura que no puedo señalarlo como algo puntual sino como algo propio de la identidad mexicana”.

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Líneas editoriales

¿Cómo se traza una línea editorial? Pocos de los autollamados editores hoy en día podrían responder esta pregunta. Recuerdo que antes del estreno de Los abrazos rotos en Madrid, le comenté a mi amiga M. que el suplemento dominical de El País estaba plagiando la línea editorial de Vanity Fair. M. me vio con cara de incrédula y le pareció que yo estaba exagerando. Pues para nuestra sorpresa, en Los abrazos rotos un personaje dijo lo mismo y citó la historia del hijo con síndrome de Down abandonado por Arthur Miller. El reportaje apareció primero publicado en la edición de septiembre de 2007 en Vanity Fair y luego El País Semanal hizo un refrito sin mencionar el artículo original. Y así con muchos otros artículos de Vanity Fair.

Esta práctica obviamente no se limita a El País (Semanal). Una de las críticas fuertes a la revista Semana cuando expulsó a Hernando Gómez Buendía por autoplagio fue que Semana fusila impunemente los cables de las grandes agencias de prensa y sin darles ningún crédito. ¿Con qué autoridad sancionan a Gómez Buendía por citarse a sí mismo?

Luego se dio una situación muy cómica: por decisión del editor o el director para responder a esta crítica, se les ordenó a los redactores que le pidieran a un experto nacional su opinión sobre la nota internacional. Bueno, no exactamente sobre la nota en sí, sino sobre el tema que mencionaba la nota: muchas veces el experto local sostenía la opinión contraria a la nota y esto quedaba reflejado en el artículo. Como el redactor no era un experto en el tema, no le quedaba más remedio que publicar ambas opiniones así fueran contradictorias. Desde hace unos años he observado que se han decantado más por orientarse por el tema del cable y avalar la opinión del experto local. Otra forma de hacer periodismo.

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Hang

La primera vez que escuché el Hang fue en Bruselas en 2002-2003, bajando por el Monte de las Artes. Eran siete músicos callejeros, cada uno interpretando un hang. De lejos me pareció que era el sonido de una kalimba africana, al acercarme vino la sorpresa de ese nuevo instrumento del siglo XXI en forma de platillo volador. Compré un CD y tuve la oportunidad de charlar con los músicos, que me contaron que era originario de Suiza.

Después volví a escucharlo en el Vondelpark en Amsterdam, de nuevo por músicos jóvenes callejeros. En concierto lo escuché por primera vez con el Portico Quartet en el Bimhuis, cuando presentaron el que todavía es mi album preferido de ellos:

O mi favorita de su último álbum, que tuve la oportunidad de escuchar en vivo el año pasado en el Stegi en Atenas:

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Faction Sketches

Desde que llegué de Andalucía ando con una alergia extraña que hoy me ha impedido ir a trabajar. Es un buen momento para permitirme uno que otro divertimento. Por ejemplo –y continuando mis estudios sobre el faction—me puse al día con la historia de María Victoria Álvarez Martín (que está como diría el Toni de Sofía Vergara) y Jordi Pujol Ferrusola. Le atribuyo de entrada a la alergia esta serie de digresiones:

1.

Conocí en Barcelona el silencio.

Dejo esa frase sola porque me parece que salió como un verso bonito. En realidad más que conocer, me reencontré en Barcelona con el silencio.

Mayo de 2001. Contexto: una amiga fotógrafa me contó que una amiga y colega suya se iba para Estonia a hacer una serie sobre los paisajes de infancia y juventud de Arvo Pärt. Dejaba en arriendo su apartamento-estudio por un año, que si me interesaba. Le respondí que tanto su amiga como la casa-estudio. Nos conocimos y hoy somos buenos amigos. Arrendé su casa, sin saber el verdadero motivo de su viaje: la alcaldía empezaba la construcción de la vía hacia IJburg, la ciudad del futuro como la llamó Discovery Channel, y esto implicaba asentar pilotes todos los días, durante casi un año, frente a su edificio.

El sitio era maravilloso. Estaba ubicado en la cuadra siguiente a la Estación Central. Cuando en mi trabajo di mi nueva dirección, la secretaria que conocía casi todos los códigos postales de Holanda, me dijo: “¿1011 AB? Más central no puedes estar”. El 1011 AA le pertenece a toda la manzana de la Estación Central. Subimos al estudio y nos asomamos a la terraza que da hacia la ciudad: me ilusioné como un niño cuando empecé a ver los trenes entrar y salir de la Estación. Tengo una serie de fotos perdida donde simulo el efecto óptico de estar tomándolos con la mano. Luego caminamos al balcón principal, donde tenía una vista perfecta sobre el IJ y podía ver a los grandes cruceros llegar al puerto de la ciudad. Había encontrado el sitio perfecto, pensé, lástima que solo sea por un año.

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